La política mexicana está en uno de esos momentos clave: hay que convertir tantas voces diferentes en una sola fuerza unida, capaz de empujar el desarrollo del país con justicia social de verdad. Morena, como movimiento y como partido, vive un capítulo decisivo. Su gran diversidad interna puede ser su mayor fortaleza… o convertirse en fragmentación si no se cuida. Y eso sería decepcionar a millones de mexicanos que han puesto su esperanza en este proyecto como la verdadera alternativa después de décadas de exclusión.
Desde el principio, Andrés Manuel López Obrador no quiso crear otra maquinaria electoral más. Morena nació como un movimiento amplio, de abajo hacia arriba, con un objetivo claro: dignificar a la clase trabajadora —a la que durante años llamaron “pobres” para reducirla a números o a clientela política—. La idea del expresidente nunca fue darles protagonismo a las élites, sino atender de frente a quienes quedaron fuera del crecimiento, sin derechos básicos y sin voz en las decisiones importantes. Y los resultados se ven. Entre 2018 y 2024, más de 13.4 millones de personas salieron de la pobreza. La pobreza multidimensional bajó del 41.9% al 29.6% (INEGI, 2024), y la extrema se redujo hasta el 5.3%. Esto no fue magia: vino del aumento constante del salario mínimo, de programas sociales que llegaron a más gente y de mejoras reales en los ingresos de la clase media.
Ahora, con la llegada de la doctora Claudia Sheinbaum a la presidencia, llega la etapa de consolidar, construir tanto el presente como el futuro de México. Su liderazgo no se trata de personalismos, sino de buenos resultados y de cuidar la estabilidad económica para que la política social no se tambalee. La inflación se mantiene en 3.8% (noviembre 2025), cuidando el bolsillo de las familias más vulnerables, y el Banco de México bajó la tasa de interés a 7% en diciembre 2025, lo que abre la puerta a más inversión y crecimiento. Estos avances no son de una sola persona: son fruto de una visión compartida que hoy necesita, más que nunca, unidad y rumbo claro. Morena siempre fue plural: académicos, trabajadores, jóvenes, activistas, productores, comunidades marginadas… Esa variedad le permitió conectar con todo el país, pero también abre la puerta al riesgo de dispersarse si las ambiciones personales pesan más que el proyecto común.
La unidad no significa callarse ni pensar igual en todo. Se trata de debatir con respeto, seguir los procesos institucionales y no soltar los principios de fondo: justicia social, menos desigualdad, más derechos y democracia de verdad. Las diferencias tácticas son normales, pero se resuelven entendiendo que el enemigo no está adentro, sino en quienes quieren dar marcha atrás a lo logrado. Por eso resulta indispensable que gobernadores, presidentes municipales, diputados y senadores de Morena se alejen definitivamente de cualquier forma de corrupción, arribismo o enriquecimiento personal, y sumen sus esfuerzos a la agenda nacional impulsada por la presidenta Sheinbaum. Quien no lo entienda o no lo asuma de manera clara y consecuente, quizá no tenga cabida en un movimiento cuyo principio fundacional es el bienestar de la gente y no el beneficio propio. Que la gente no diga: estos son iguales a todos los demás políticos.
En este mismo camino de transformación democrática, Luisa María Alcalde ha tomado un papel protagónico al impulsar y defender, de la mano y con total compromiso con la presidenta Sheinbaum, uno de los proyectos más ambiciosos y audaces de nuestra democracia contemporánea: la elección popular de jueces, magistrados y ministros de la Suprema Corte. México no tiene espacio para frivolidades ni pleitos sin sentido. La presidenta Sheinbaum conduce el proyecto del país con capacidad técnica, apertura, amor y dignidad, y lo hace con resultados que se sienten en la vida diaria de la gente. La transformación empezó —y sigue— ayudando a los de abajo, no como frase bonita, sino como política real y concreta. Mantener ese rumbo firme, sin triunfalismos, pero con claridad y unidad, es lo que hará de México un país más fuerte, más justo y verdaderamente unido. Porque al final, lo que cuenta es que cada familia sienta que el cambio llegó para quedarse.

