La exitosa movilización de la Huelga contra el Cambio Climático, que se realizó en muchos rincones del globo el 20 de septiembre, muestra con contundencia el calado y amplitud del sentimiento social sobre este tema. En México marcharon algunos miles de personas; en Nueva York, 250 mil. En la Cumbre sobre la Acción Climática de la ONU, Greta Thunberg (16 años) reclamó con energía la insuficiencia de las acciones para contener el calentamiento global.

Las empresas energéticas han tomado nota del reclamo social y han comenzado a responder en grado diverso, como quedó de manifiesto en el Foro de Inteligencia Energética (antes Oil & Money) la semana pasada en Londres. Fue evidente que la “transición energética” se acelera, se profundiza, y que lo probable es que esto continúe.

La demanda de la sociedad civil por más acciones para contener, e incluso reducir las emisiones de CO2, ha calado hondo en el sector energético global. Ahora son objetivos centrales para los gobiernos y las empresas, a quienes preocupa el rápido aumento de las emisiones de CO2 durante los últimos años (49.1% de 1990 a 2017). De éstas, un aspecto crítico es la capacidad para sustituir carbón (35.4% de las emisiones) y crudo (30.2%) por gas natural (17.7%). Esto es, un primer elemento para reducir las emisiones es cambiar la composición de las fuentes primarias de energía. Hoy, el crudo representa 34%, mientras que en 1990 representaba 40%. Los esfuerzos están orientados a continuar y acelerar esa disminución, hasta alcanzar 27% en 2040. En ese año, las energías renovables aportarán 15% y el gas natural, 26%. En la medida que el consumo de gas aumente gradualmente, para compensar las reducciones de carbón y crudo, se genera el reto de “descarbonizar” el gas. Se conocen varias rutas tecnológicas para lograrlo (secuestrarlo, biogas, hidrógeno, captura y reinyección de metano), pero todavía en etapa incipiente.

La visión que imperaba, que las empresas de energía deberían convertirse en “multiproducto” (crudo, refinados, gas, petroquímicos, electricidad), ha perdido fuerza ante la hipótesis de que es más eficiente que cada una haga mejor lo suyo. Por ejemplo, que las empresas petroleras incursionen sólo marginalmente en generación y comercialización de electricidad. Por su parte, que las empresas eléctricas mejoren su capacidad para asegurar y administrar su suministro de gas, pero recurriendo a empresas especializadas, sin desarrollar capacidades propias que las involucre en el negocio de la producción y comercialización de gas. La visión de un rápido crecimiento de gas natural licuado (LNG) continúa.

Aunque resultan insuficientes, todo tipo de empresas de energía se esfuerzan por lograr una operación que contribuya a reducir los gases de efecto invernadero. Debido a que las empresas petroleras nacionales (NOC’s) tienen control sobre más de 90% de las reservas de hidrocarburos globales, sobre éstas recae la mayor parte de la responsabilidad, si bien enfrentan restricciones presupuestales severas. La semana pasada, The Guardian divulgó el ranking de las empresas petroleras con mayores emisiones de carbono; Pemex ocupa el sitio 9. Por eso, se multiplican y profundizan sus asociaciones con empresas petroleras internacionales (IOC’s) por medio de esquemas como los farmouts que, a su vez, les dan recursos y acceso a tecnologías.

Una causa raíz de la frustración social de hoy es que, en los hechos, los países no han acordado la manera de “financiar” la reducción de las emisiones de CO2. ¿Cuánto habrán de aportar respectivamente los consumidores, los gobiernos, y los accionistas de las empresas de energía (vía menores rendimientos)? Este asunto crucial no está resuelto, y explica la falta de un concepto y modelo exitoso de “pago” por emisiones de CO2. En este escenario, México no tiene una estrategia clara, ni las políticas públicas para cumplir con sus compromisos internacionales.

Presidente de GEA Grupo de Economistas
y Asociados / StructurA

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