El anhelo de López Obrador por el poder es añejo y bien conocido. Su afán por ejercerlo en términos absolutos y autoritarios se reveló cuando alcanzó la Presidencia. Perdura la duda acerca de si coquetea con un periodo presidencial más allá de su sexenio.

Estas ambiciones de AMLO se han convertido en acechanzas sobre la democracia mexicana, que se agravan con rapidez.

Ante el riesgo de que una oposición unida en alianza pudiese poner en riesgo el control de Morena y suyo en la Cámara de Diputados, su reacción no se dejó esperar. Al recuperarse de Covid, arremetió con furia contra los partidos de oposición, que él descalifica y demerita con cuanta denostación encuentra. El peligro real es que esas expresiones sólo develan las muchas acciones que está realizando para no perder la elección.

En su mañanera del 8 de febrero, calificó a “la oposición” como “conservadores, hipócritas, ambiciosos, que quieren seguir manteniendo el régimen de corrupción”, exhibiendo así su evidente favoritismo por Morena. Al hacerlo, también desafió al Instituto Nacional Electoral que había señalado que sancionaría pronunciamientos presidenciales que tuvieran alguna connotación electoral.

El presidente desafía al INE desde antes que inicie el proceso electoral. Su relación con el TEPJF tampoco permite ver en ese ese tribunal un valladar para la “manipulación” de las elecciones. Entonces, queda sólo a la ciudadanía defender la democracia mexicana. Por lo pronto habrá de reconocer de inmediato ese reto, sin soslayar acechanzas. La ciudadanía habrá de echar mano de todos los recursos a su disposición, empezando por convocar y movilizar a individuos y organizaciones para que denuncien y enfrenten el acecho de AMLO.

Pero la denuncia tendrá que ser más amplia y potente. Es necesario iniciar acciones dirigidas a defender nuestros derechos humanos en materia de democracia; recordar que México aceptó la “cláusula democrática” al suscribir su acuerdo con la Unión Europea (respetar y promover los derechos humanos y los principios democráticos). Además, al signar la Carta Democrática Interamericana adquirió la obligación de que su gobierno la promueva y defienda, lo que incluye sus elementos esenciales: respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales, acceso al poder y su ejercicio con sujeción al Estado de derecho, elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto, régimen plural de partidos y organizaciones políticas, y la separación e independencia de los poderes públicos. Lo importante, nuestra Constitución consagra la voluntad del pueblo mexicano por constituirse en república federal, democrática, representativa y participativa.

Es menester librarse del encierro parroquiano en que nos ha sumido Morena. Los mexicanos estamos interconectados con millones de hombres y mujeres demócratas en el mundo, incluyendo a nuestros paisanos en EU. Pidamos que estén vigilantes de nuestra democracia, invitémoslos a que vengan y se constituyan en observadores electorales, consagrado en la ley desde 1993.

En la elección federal de 1994 se contó con la participación de casi 82 mil observadores electorales nacionales y 943 extranjeros de 39 países. En la de 2000 participaron 860 visitantes extranjeros de 58 países. La elección del 2 de julio de 2006 fue vigilada por 693 visitantes internacionales de 60 países. En la elección de 2012 se registraron 696 visitantes electorales extranjeros de 66 países, y la elección de 2018 contó con 711 observadores extranjeros de 55 países.

Los observadores electorales extranjeros están plenamente acreditados en el país, y por la actitud de AMLO, México los requiere de nuevo ya.

Presidente de GEA Grupo de Economistas y Asociados / StructurA

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