La reciente elección en EU deja diversas enseñanzas para países que padecen gobiernos populistas y autoritarios, y que desean cambiarlos por la vía democrática. México es uno de éstos. Las características comunes que tienen líderes populistas son conocidas. En esencia, los populistas exhiben desdén por la ciencia, se consideran la expresión de la voluntad popular, se presentan como antisistema, y tienen añoranza por un país anterior. No se trata de una ideología, sino de una forma de concebir la política y gobernar (EL UNIVERSAL febrero 21, 2019); la ideología no es esencial, ni determinante.

La gran enseñanza de la elección Biden-Trump para México es que sí es posible cambiar a un jefe de Estado populista y autoritario por vía del voto, pero que ello requiere de: i) un grado avanzado de hartazgo de la mayoría con diversas acciones del gobierno; ii) que se haya ido concretando un entendimiento común de la realidad política, social y económica; y, iii) que se haya constituido una amplia coalición de las oposiciones.

La analogía entre Trump y AMLO es natural, pues la similitud de sus liderazgos está documentada. El eje táctico de su gestión, y que Trump llevó hasta la elección, fue la polarización extrema con la que el electorado llegó a las urnas.

Parte de esa polarización respondió a causas reales (desigualdad y discriminación económica creciente, discriminación racial, discriminación de género, etc..) Otra parte resultó de un discurso exacerbado y un comportamiento presidencial que exageraba diferencias y estigmatizaba culpables.

Otro factor coincidente es la profundización de diferencias entre familias a raíz del mal manejo de la crisis económica derivada de la pandemia, si bien en EU sí aplicaron importantes programas de apoyo para los grupos más lastimados.

Entre otras muchas coincidencias, destacan las siguientes: a) se llegó a la elección después de varios años de reiterados señalamientos sobre la corrupción permitida o, incluso, prohijada por Trump, en su administración y su familia; b) indignación por el nepotismo presidencial; c) la pérdida de credibilidad del Presidente, debido a la serie interminable de mentiras o hechos falsos; d) el desprecio continuo a las causas de las mujeres, agravio que el electorado no olvida, entre otras.

Como contendientes electorales, ambos son proclives a acusar “fraude electoral”, acudir a las instancias judiciales, lo cual es su derecho, pero abusan de éste con el fin de perjudicar al candidato electo y sembrar la duda sobre su legitimidad.

Debe reconocerse que, por su solidez, el sistema electoral mexicano no da cabida a tantos tipos de reclamos de fraude electoral como el de EU. Quizá ante una dinámica electoral pendenciera, debería considerarse de nuevo la participación de observadores electorales nacionales e internacionales para 2021 y 2024. Además, el proceso para capturar y validar, en un tiempo relativamente breve, el resultado de la elección, y declarar al ganador en México mitiga el riesgo de reclamos, mientras que en EU, es un verdadero galimatías. En todo caso, México ya sufrió los costos del reclamo de AMLO en 2006.

Como administraciones populistas autoritarias, en ambos casos se observó un enfrentamiento continuo del Presidente con los medios de comunicación, centrado en la descalificación abierta y puntual de periodistas y medios que critican, para relativizar la verdad y amoldarla a sus intereses. En EU esto desembocó en prácticamente destruir a dos de las principales cadenas de medios (Fox y CNN). Parecería que en México, la idea de AMLO también es dicotomizar a los medios de comunicación en términos maniqueos, como se desprende de los ataques continuos a EL UNIVERSAL y Reforma.

Dadas estas advertencias, es menester reforzar a la democracia mexicana.

Presidente de GEA Grupo de Economistas y Asociados / StructurA

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