No es fácil identificar el concepto que describa mejor la situación que está viviendo el país. Lo que enfrenta México es la concurrencia de varias crisis, de las que destacan la de seguridad, la económica, la de salud, y la de confianza. No es la primera vez que el país enfrenta simultáneamente crisis en los tres primeros aspectos, pero la diferencia es la cuarta crisis y la gravedad de cada una de éstas.

Esto resulta en una carencia de orden, en lo cotidiano, que a su vez hace imposible predecir el futuro inmediato, y mucho menos, el mediato. Hay una percepción de que los mexicanos carecemos de asideros para enfrentar esta realidad. Los liderazgos del país han sido rebasados por la situación, y todos lo saben. Incluso las autoridades internacionales muestran grandes deficiencias para establecer medidas correctivas y coordinar las acciones globales.

En el centro del problema mexicano se ubica un Presidente de la República errático y contradictorio. Su incapacidad para enfrentar el movimiento de las mujeres contra la desigualdad y la violencia fue pasmosa. Como es su costumbre, no reconoció su error, y no corrigió su actitud política, alienándose así de, nada más y nada menos, más de la mitad de la población del país.

A esto se suma su incomprensión de la problemática de salud, que hizo patente al cancelar el Seguro Popular, la crisis de abasto de medicinas, la destrucción organizacional de los institutos nacionales de salud, coronado con su flagrante desprecio a la pandemia del Covid-19. Como resultado de ambos errores, su liderazgo salió fuertemente dañado. Se puso en evidencia que la tramoya es insuficiente, que no basta aparentar que se gobierna.

La naturaleza de la estrategia hacia el Covid-19 ha hecho de él y de México el hazmerreír en los foros internacionales, y ha contribuido a acentuar la desconfianza hacia este país.

La crisis económica global azota con toda su fuerza la economía mexicana, sin que los mercados perciban claridad y firmeza en el actuar del gobierno de AMLO. Es cierto que una economía relativamente pequeña y abierta, como es la mexicana, tiene poco margen de maniobra frente a fenómenos globales de la magnitud de los que se están viviendo ahora. Pero eso no debe traducirse en una absoluta pasividad del gobierno, que tiene la obligación de liderar a todos los sectores y de preservar el ánimo nacional.

La ausencia de un planteamiento realista que distinguiera momentos o etapas del proceso de reacción de las autoridades mexicanas frente a la crisis económica internacional debe subrayarse, pues eso se interpreta como que el gobierno desconoce cómo reaccionar a una crisis de esta naturaleza y magnitud.

La disonancia más fuerte entre realidad y discurso se presenta en materia de seguridad. La carencia de una estrategia integral convincente, frente a la permanencia de una violencia cada vez más intensa y extendida resulta en que los ciudadanos hacen de esto su principal preocupación y, por tanto, causa de su insatisfacción con el actuar del gobierno.

Los tres aspectos anteriores, salud, economía y seguridad, adquieren una peligrosidad sin precedente debido a la falta de confianza en el gobierno, que prevalece en el país. Del ámbito de las inversiones ya se esparció hacia otros. Los mexicanos tienen desconfianza en la capacidad de sus gobiernos para enfrentar las acechanzas que se presentan en todos los ámbitos.

“Esta ausencia de orden alguno hace difícil, por no decir imposible, establecer relaciones de causalidad en el sistema. Resulta imposible conocer el futuro de forma razonable, lo que contribuye a la incertidumbre”. Esto detona comportamientos atípicos, individuales y de grupo. En lo financiero con frecuencia se aplica el concepto de caos para situaciones en donde el comportamiento de la sociedad se vuelve irracional, errático, e impredecible en sus diversas modalidades. “Manías, pánicos y cracs” es la nomenclatura del libro clásico de Charles Kindleberger, lectura por demás apropiada para este momento de caos.

Presidente de GEA Grupo de Economistas y Asociados

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