Vida y Muerte son inseparablemente misteriosas, pero el Mal es todavía más misterioso. En el siglo XVIII, en Polonia, el santo varón judío, Baal Shem Tov, sorprendía siempre a su auditorio. Un día, un cabalista le preguntó si consideraba que el universo era una emanación de Dios. “¡Claro que sí! El universo es Dios”. Todos aprobaron con gran satisfacción. Entonces, el cabalista, pensando atraparlo, preguntó: “¿Y el Mal? El Mal también es Dios” contestó, sereno, el maestro, pero la asamblea empezó a murmurar, luego tomaron la palabra con ímpetu varios santos varones: ¿cómo entender lo que ocurre? ¿Bajo cuál rúbrica registrar la hambruna y las violencias criminales, la pandemia que se lleva a los niños inocentes? No tengo a la mano la antología de los dichos de Baal Shem Tov, pero recuerdo muy bien que puso fin al debate con estas palabras: “El misterio del Mal es el único que Dios no nos pide acercar en la fe, sino pensar”.

Y creo recordar que Albert Camus, en su novela tan actual, La Peste, afirma que cuando le revientan los ojos al inocente, el cristiano debe perder la fe o reventarse los ojos. En otras palabras, el tema eterno que tanto preocupó a los maniqueos y a los religiosos: si Dios es todopoderoso y su bondad sin límites… ¿cómo entender a la marcha del mundo en general, incluyendo piojos, zancudos y demás plagas, a la conducta de los hombres en particular? En cuanto a los hombres, Baal Shem Tov dijo —dicen que dijo—: “Dios pensó que no podía tener al hombre a la vez totalmente libre y totalmente sometido. “No puedo tener un ser libre de todo pecado que sea verdaderamente hombre. Mejor, pues, una humanidad pecadora que un mundo sin hombres”.

¡Uff! Necesito la ayuda de Arnoldo Kraus, pero, por lo pronto recurro al noble William James, a sus Principios de Psicología (Fondo de Cultura) y a Las variedades de la experiencia religiosa (Trotta, 2017), obras que siguen válidas 130 y 113 años después y permiten dialogar con Camus cuando aquel afirma que “juzgar si la vida vale la pena ser vivida es contestar a la pregunta fundamental de la filosofía”. Y de la religión. James, después de constatar que el sufrimiento no es la excepción sino la regla, afirma que podemos reducir este sufrimiento, podemos querer hacerlo: “mi primer acto de libre albedrío es creer en el libre albedrío”.

Autor de Pragmatismo (1907, 2000, Alianza), James tiene todavía muchos lectores, porque creen en el poder del pensamiento positivo y logra hacernos compartir su convicción: psicólogo y filósofo, predica la acción frente a la incertidumbre, lo cual en este año 2020 de la pandemia, es muy necesario. Nos recuerda que la vida es un proceso de cambio permanente y que, si bien vamos de crisis en crisis, las podemos enfrentar, como el navegador en un gran río turbulento. Bien dice uno de sus grandes lectores, John Kaag: William James quiso ofrecernos un modo de pensar entre “el científico duro y el idealista blando, preservando lo valioso de ambos”. Kaag llega a decir que “Pienso que William James me salvó la vida. O, mejor dicho, me dio el valor de no tenerle miedo a la vida”. (Sick Souls, Healthy Minds. How William James Can Save Your Life).

Baal Shem Tov y William James me ayudan a enfrentar nuestra tremenda realidad social, la tremenda violencia que flagela a las mujeres, a los hombres, a los niños de nuestro México. Necesito su apoyo cuando veo a la gente joven que, antes de terminar sus estudios primarios, avienta la toalla, pierde la fe en su propio valor, entra al consumo de drogas, empiezan como halconcitos antes de ascender a sicarios matones; a la gente joven de nuestras clases medias y altas totalmente desmoralizada. En una sociedad que presume de cristiana

Historiador

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