Abrumados por nuestras dos crisis, la sanitaria y la económica, ambas complicadas por nuestras tensiones políticas, nos olvidamos del resto del mundo que vive también la pandemia y el derrumbe de las actividades económicas. Sin contar, con la dimensión política, la erosión de la democracia.

¿Cuál erosión? Dejando a un lado el auge de los regímenes autoritarios, personalistas, presidencialistas con dirigentes que quieren perpetuarse en el poder, tenemos una prueba impresionante de la desafección por la democracia en las elecciones municipales francesas del domingo 28 de junio. Normalmente son las elecciones que atraen más a los ciudadanos porque les importa más el poder local de sus alcaldes que el poder legislativo, incluso que el ejecutivo presidencial. Pues bien, en promedio, solamente fueron a votar el 40% de los electores inscritos y en ciertas ciudades la abstención rayó el 80%. En los municipios rurales, de menos de 5,000 habitantes, la participación fue bastante más alta, pero en las ciudades triunfó el desinterés. Los citadinos se fueron al campo el fin de semana, como acostumbran hacerlo, especialmente en esta temporada. Todo esto es una prueba contundente de la paulatina desaparición de lo que antes se llamaba “espíritu cívico”.

Crisis endémica de la democracia en los países verdaderamente democráticos; crisis abierta en países como Brasil, Rusia o la India, conocida como “la más grande democracia del mundo”. El objetivo de Narendra Modi, lleg ado al poder en 2014, es la creación de una nación india (hindi) totalmente dominada por su mayoría india (hindi), y por el fundamentalismo religioso. Su estrategia a largo plazo es transformar la India en una nación india (hindi) pura, sin musulmanes ni cristianos: el 20% de la población. Los fundamentalistas sueñan, no con expulsarlos o masacrarlos, sino convertirlos al hinduismo; consideran que estas dos minorías, anteriormente hinduistas, se convirtieron a la mala o a la buena, pero que, al cambiar de religión, no cambiaron de cultura y, por lo tanto, pueden integrarse a la “Madre India”. Para los ultranacionalistas, el territorio de la India se extiende allende de las fronteras actuales, hasta Afganistán y Myanmar (Birmania).

El Bharatiya Janata Party (BJP), Partido del Pueblo Indio, en el poder desde 2014, es el brazo político de la organización Rashtriya Swayamsewak Sangh (RSS, Asociación de los Voluntarios Nacionales), presente en todo el territorio, en todos los sectores de la sociedad, de la sociedad a la cultura, pasando por la economía. Fundada en 1925, la RSS se enorgullece de contar entre sus “mártires” a Nathuram Godse, quién asesinó a Gandhi en enero de 1948; cuando en el mundo occidental surge la moda de derrumbar estatuas, en la India levantan estatuas a quién mató al generoso Mahatma… Fue la RSS que logró la destrucción de la mezquita de Babur, en Ayodhya, en 1992, y causó la muerte de muchos musulmanes en los motines que acompañaron aquel vandalismo digno de los talibanes de Afganistán.

Narendra Modi, el hombre fuerte de la India, confirmado en el poder, es miembro de la RSS desde su infancia: entró a los ocho años y escaló los grados hasta llegar a la dignidad de “predicador”, título reservado a los más entregados que renuncian a una vida familiar y a un empleo para dedicarse totalmente al triunfo de los ideales nacionalistas. Predicó durante diecisiete años y a la hora de la victoria declaró: “La RSS me inspiró vivir al servicio de la nación, no para mí, sino para los otros: le debo todo a la RSS”. El resultado de su victoria es el activismo agresivo del ultranacionalismo que quiere adoctrinar al país en la visión hinduista dura, que pretende borrar toda influencia externa en la cultura nacional. Simbólicamente, han expurgado los libros de textos, en el fondo y en la forma, desapareciendo palabras en inglés, árabe, urdu, borrando los poemas de Rabindranath Tagore… Parece que se va a permitir la construcción de un templo hindi sobre el sitio de la destruida mezquita de Babur.



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