52 años antes de la destrucción de las Torres Gemelas, E.B. White escribía en Esto es Nueva York: “El cambio más sutil que ha experimentado Nueva York es algo de lo que la gente no habla demasiado pero que está en la imaginación de todos. La ciudad, por vez primera en su larga historia, se ha vuelto vulnerable. Una escuadrilla de aviones poco mayor que una bandada de gansos podría poner fin a esta isla de fantasía y quemar las torres, derribar los puentes, convertir los túneles en recintos mortales… Entre todos los blancos, Nueva York tiene una prioridad firme y clara.

Debe de ejercer un atractivo irresistible sobre la imaginación de cualquier soñador perturbado que desee desatar la tormenta”. Premonitorio.

Pasan las guerras de Corea y Vietnam, la guerra fría, el ejército soviético sufre en Afganistán, los EU arman a los combatientes afganos, un joven árabe saudí trabaja con la CIA: se llama Osama Bin Laden; se retiran los soviéticos, desaparece la URSS, Washington interviene para que Saddam Hussein abandone Kuwait y usa el territorio saudita como base de operaciones. Es cuando Osama, el soñador, rompe con los infieles americanos que profanan el suelo sagrado de Arabia.

11 de septiembre de 2001. Uno de nuestros hijos estudiaba en Nueva York. A las 8.30 de este día soleado se encontraba en su laboratorio, frente a la hermosa vista hacía el sur del East River, arriba de las naciones Unidas, en la primera avenida. Después de mandar unos correos y leer las noticias, vio llegar a su asesor que le preguntó si había visto las noticias. “Sonriendo, le dije que sí, pero su cara de perplejidad me hizo suponer que algo me había perdido. Me dijo que un avión había chocado contra una de las Torres Gemelas. Intenté conectarme, pero la red se había caído.

Al asomarme con detenimiento al paisaje hermoso y conocido, vi una gigantesca columna de humo negro cruzar el río. En la radio encendida empezaban a fluir las noticias. Bush declaró en seguida que era un acto de terrorismo. Otro avión choca contra el Pentágono, hay ocho aviones perdidos, cuatro estrellados… Seguí trabajando, mientras oía las noticias, pensando que a pesar de que dos aviones habían chocado, eso ya le había pasado al Empire State y se podría controlar el percance como en aquel entonces.

Las cosas tomaron otro tinte cuando oí la narración en vivo, ante mi incredulidad, de cómo se caía la Torre Sur del World Trade Center. Seguir trabajando me fue imposible y volví a mi cuarto a ver las imágenes en la tele. La verdad es que la idea de que cuatro aviones más seguían volando no me hacía sentir seguro en la torre del laboratorio de la universidad. Ahí, junto con un amigo, vimos cómo se caía la segunda torre. En el WTC había muchos mexicanos trabajando, la mayoría indocumentados, que, como en toda la ciudad, trabajan en las cocinas, en taquerías, pizzerías, florerías. Pensé en ellos y en todos los demás”.

Es lo que escribió nuestro hijo a los pocos días. “EU está en guerra. Llamó a 50,000 reservistas, dos portaviones patrullan en la costa, los cazas F-15 sobrevuelan Nueva York, la Guardia Nacional está en Manhattan. Pero ¿guerra contra quién? La respuesta de EU es la de un gigante herido. Es impresionante lo rápido que pasó esta semana, el martes la gente salía huyendo a pie por los puentes, el miércoles Manhattan era un desierto, hoy sábado la ciudad abrió hasta Wall Street y la vida ya va recuperando su curso normal. Ahora sí, tengo orgullo en decir “I am a New Yorker”. Su emotiva carta se publicó en seguida en Guía, el semanario de Zamora, Mich.

Cuando yo llegué al CIDE, para dar mi clase de siempre, a las 9.30 a.m., no sabía nada. El vigilante me dijo que en Nueva York había ocurrido un terrible accidente aéreo y que todos estaban en la cafetería viendo la tele. Vi diez veces repetidas las trayectorias de los dos aviones, luego me llevé a mis estudiantes al salón y les dije “vamos a trabajar”. Improvisé una historia del terrorismo desde la revolución francesa hasta la fecha. Una historia que no termina. 

Historiador