Nunca se hablará lo suficiente de la espantosa violencia que sufren las mujeres en muchas partes, pero en nuestro México en particular. Que eso pase en todos los continentes, en culturas muy diversas, no es un consuelo. La tragedia cotidiana de la cual las mujeres son víctimas debe ser denunciada cada día, para que, por lo pronto, las autoridades institucionales tomen la defensa efectiva de mujeres y niñas, mientras una tenaz labor educativa que debe movilizar iglesias, escuelas, medios masivos de comunicación, intente transformar la mentalidad, el atavismo de estos hombres que no saben qué es la dignidad humana.

La pandemia cortó en seco el gran movimiento de resistencia, lucha y rebelión de las mujeres; volverá a manifestarse en cuanto pase el peligro y, mientras tanto, hay que sonar la alarma sin descanso ni temor a repetirlo: si la violencia contra las mujeres es tan vieja como el mundo, ahora que se sabe, que se dice que es inadmisible, hay que ver la realidad de frente: parece que la revelación de la magnitud del fenómeno en nuestro país ha exaltado la maldad. Algunos dicen que el fenómeno no ha aumentado, lo que pasa es que ahora las mujeres se atreven a hablar. Puede que eso sea parcialmente cierto: ¿y qué?

Marcela Lagarde acuñó en 2007 el concepto “feminicidio” en la legislación mexicana; trece años después deplora “que, en un país como México, con un enorme problema de violencia contra las mujeres, el Presidente no responda al enorme esfuerzo social”. El 6 de mayo, el Presidente afirmó que la violencia contra las mujeres no ha aumentado durante la cuarentena ligada al Covid-19. Parece que hizo a un lado las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad de su gobierno, pues, según las cuales la violencia contra las mujeres y las niñas alcanza en estos días niveles nunca vistos. Las llamadas de emergencia al 911, a la Red Nacional de Refugios han crecido de manera impresionante. Tanto en la Ciudad de México como en los estados. A nivel nacional, nueve de cada diez personas que acudieron a un hospital por lesiones provocadas por violencia familiar fueron mujeres. En 2019 fueron 78,367 y en lo que va del año en curso 18,546 hasta el 13 de junio.

El Presidente, cuando le tocan el tema, insiste que eso no corresponde a la realidad, porque nuestra sociedad es muy humana, tiene una cultura de mucha fraternidad y que la familia mexicana es una maravilla de amor y generosidad. Es cierto para muchas, muchísimas familias, pero no para todas y son numerosas las mujeres desprotegidas, porque si bien tienen niños y trabajan, no tienen familia que las ampare. Por eso Wendy Figueroa, la directora de la Red Nacional de Refugios, le dice a Héctor de Mauleón: “Hacer este tipo de declaraciones no solamente refleja una visión fuera de todo enfoque de derechos humanos y perspectiva de género, además favorece la impunidad y perpetua una cultura de invisibilidad y tolerancia ante la violencia contra las mujeres. Urge que se les atiendan y que a ellas se les garanticen sus derechos”.

Enriqueta Cabrera habla de “otra pandemia: la violencia contra las mujeres” y denuncia que “hoy en México esta violencia no sólo existe, sino que se ubica en niveles alarmantes por el número de asesinatos, violaciones, agresiones, secuestros, desapariciones de mujeres, niñas, niños y jóvenes”. Con toda razón, reclama “una política de Estado en defensa de las mujeres que somos un poco más de la población de México”.

Dominación sobre las mujeres y violencia contra ellas, tal es enorme, abismal problema que tenemos que enfrentar. ¿Cuándo reconocerán los hombres los derechos de las mujeres? Mejor dicho ¿cuándo aceptarán que todos los seres humanos, desde el inicio de su existencia, tienen los mismos derechos? Libertad, igualdad, seguridad… Es necesaria la movilización social de todos, de todos y todas para poner fin a todas las formas de discriminación y agresión contra las mujeres.

Historiador

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