El presidente de Rusia firmó hace poco una ley que le permite presentarse a dos nuevos mandatos de seis años. Puede quedarse en el Kremlin hasta 2036. Goza de una popularidad superior a 60%. A sus 68 años, se ha mantenido más de veinte años en el poder y podrá durar hasta cumplir 83. La vacuna Sputnik V (V de Victoria) confirma que Rusia es una potencia científica y amplía su influencia, en el sentido del proyecto de recobrar la posición de líder mundial de la URSS, cuya “desaparición fue la mayor tragedia del siglo XX”, en palabras de Putin.

Sin embargo, causa y tiene problemas, quizá porque todos los medios le parecen buenos para esa reconquista. Uno de los problemas es el espionaje y la guerra digital que, hace años, trabaja en desestabilizar la sociedad estadounidense y europea. Eso ha provocado fuerte reacción de parte del presidente Biden, en forma de duras sanciones financieras. La expulsión (recíproca) de diplomáticos es lo de menos.

Recientemente han surgido dos problemas cuyo desenlace podría ser grave: el caso del opositor ruso Alexéi Navalny y la creciente tensión entre Rusia y Ucrania. La detención de Navalny, en enero, a su regreso de Berlín donde los médicos lo salvaron de un envenenamiento criminal, fue denunciada por los EU y la UE. “Putin pasará a la historia como el envenenador”, declaró Navalny y el presidente Biden le hizo eco: cuando un entrevistador le preguntó si pensaba que su homólogo ruso era un asesino, contestó: “Sí, lo pienso.” Problemática es la relación entre Rusia y los EU. Biden no es el complaciente Trump. A principios del mes, Navalny empezó una huelga de hambre y fue hospitalizado hace poco. Washington advirtió: “habrá consecuencias si Navalny muere.” Inadmisible injerencia en nuestros asuntos, contestó el Kremlin.

En forma paralela, en algo que puede ser más que coincidencia, la guerra de trincheras en el Donbass, entre separatistas apoyados por Moscú, y Ucrania amenaza con salir de las trincheras. Desde el 1 de abril, en poco tiempo, y de manera voluntariamente visible, Moscú juntó más de cien mil soldados con un imponente material bélico, a la frontera entre los dos países. Cerró por seis meses la navegación de los buques extranjeros cerca de Crimea y, frente al puerto ucraniano de Mariupol, posicionó una escuadra de buques anfibios que permitirían un desembarque militar. Desde el primer día, Washington señaló lo peligroso de una escalada en la región; el 12 de abril, advirtió que, si Rusia agrede a Ucrania, habrá consecuencias. El miércoles 21, en su “El Estado anual de la Nación”, Putin subió las apuestas: “Espero que nadie tendrá la idea de cruzar una línea roja con Rusia. Nosotros determinaremos dónde pasa esa línea”. Retaba así al francés Macron, que pedía que se “definiera claras líneas rojas con Rusia”. Y prometió “una contestación asimétrica, rápida, dura… Los organizadores de las provocaciones que amenazan nuestra seguridad, se arrepentirán como jamás tuvieron que arrepentirse en otras ocasiones”. El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenski, anunció a la nación que “la guerra puede venir” y que lucharán hasta el último soldado.

Lo que no dijo Putin el miércoles es que le preocupa el acercamiento entre Kiev y Ankara. El presidente Erdogan ha dado un abierto apoyo a V. Zelenski, que recibió el 10 de abril. Declaró “sostener la integridad territorial y la soberanía de Ucrania”, y firmó con él una declaración común en el mismo sentido, pidiendo además “el fin de la ocupación de Crimea y de las regiones de Donetsk y Luhansk”. Reforzó la cooperación militar existente entre los dos países, entregando drones armados, los que fueron tan eficientes en la guerra entre Azerbaiyán y Armenia. Moscú suspendió 45 días los vuelos con Turquía.

¿Qué pasará? Los dados están en el aire.

Historiador

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