La libertad del género humano no existe si las mujeres no son libres. Libertad empieza por seguridad y cuando reina la violencia no puede existir la libertad. Estamos comprobando cada día, en nuestro México, y en muchas partes del mundo, que es largo el camino que pasa para el control de la violencia para llegar a la libertad segura. Cuando mis estudiantes leen en la epopeya de Gilgamesh que “él es el rey, hace lo que quiere, arrebata al hijo de su padre y lo aplasta, arrebata a la niña de su madre y abusa de ella… el himen de toda doncella le pertenece”, caen fácilmente en la ilusión de pensar que eso es cosa de un remoto pasado; olvidan que, en nuestra realidad, si bien Gilgamesh no es un gigante mítico, miles de pequeños Gilgamesh piensan que el himen de toda doncella les pertenece, matan y descuartizan a las doncellas y aplastan a sus hermanos y padres.

La historia de la liberación de las mujeres es la de una larga y constante lucha que dista mucho de terminar, incluso en los países de igualdad y libertad formal. Cuando en la Revolución francesa, Olympe de Gouges reclamó, en nombre de los ideales revolucionarios, la igualdad para ella y sus hermanas, la mandaron a la guillotina. En el mismo momento, Mary Wollstonecraft publicaba en Inglaterra su libro Reclamo de los derechos de la mujer y reclamo de los derechos del hombre (reeditado en 2009 por Oxford): “Nos tratan como seres subordinados y no como parte de la especie humana… sobran los argumentos ingeniosos para demostrar que los dos sexos deben tener un carácter muy diferente, para bien de la virtud… Así nos insultan de modo grosero los que nos aconsejan contentarnos con ser dulces animales domésticos”. La famosa triple K alemana, alemana y universal: Kinder, Küche, Kirche - Niños, Cocina, Iglesia.

La rebelde Mary afirmaba: “Quiero al hombre como compañero, pero su cetro, real o usurpado, no me alcanza, salvo que la razón de un individuo pida mi homenaje; en este caso mi sumisión es a la razón, de ninguna manera al hombre”. En 1869, otro inglés, John Stuart Mill, en su libro Esclavitud femenina, hizo el paralelo entre la esclavitud y la subyugación de las mujeres: “Todas ellas, como miembros de la clase dominada viven en un estado permanente de corrupción o de intimidación, o de ambas cosas… Desde la infancia le enseñan a la mujer… a no conducirse según su consciente voluntad, sino a someterse y ceder a la voluntad del dueño… Esa subordinación es un hecho anormal en medio de las instituciones sociales modernas… el único vestigio de un viejo mundo intelectual y moral”.

Será coincidencia o no, pero en el mismo año de 1869, el estado de Wyoming, en los EU, extendió el derecho de voto a las mujeres. Caso único en el mundo, que le valió el apodo de “Estado de la igualdad”, porque esto significaba romper con “la costumbre” de la época. Ciertamente, la mujer en Wyoming, antes de 1869, era más libre que hoy en día, las mujeres de los países sometidos al integrismo islamista, o a los usos y costumbres de muchas partes de África, del mundo mediterráneo y… de México. Recuerdo un chiste muy cruel que escuché en mi infancia: “La guerra (1939-1945) cambió en mucho la posición de la mujer en (un lugar que no menciono para no ofender a nadie). ¿Cómo? Bueno, antes de la guerra, el hombre andaba sentado en el burro y la mujer seguía detrás, mientras que, ahora, la mujer va delante. —¿Por qué?—Por las minas”.

Ese chiste es de actualidad en nuestro país, porque si, formalmente, muchas cosas han cambiado en la práctica, no es el caso. Las mujeres consiguieron el derecho al voto hace setenta años, pero, que yo sepa, no hay el equivalente de la Ley de Igualdad Salarial adoptada por Inglaterra en 1970; de todos modos, la igualdad de oportunidad laboral y de salarios sigue siendo una meta, y no una realidad, en Inglaterra y en todas partes. Fue la movilización tenaz de las mujeres inglesas que ganó el derecho al voto en 1918/1928; será la movilización tenaz de las mujeres mexicanas y de sus compañeros que pondrá fin tanto a los feminicidios, como a los “usos y costumbres”.




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