Después de ocho meses de calma absoluta sobre la frontera que separaba a Francia de Alemania, después de la guerra-relámpago del Reich contra Polonia y del reparto de aquella aliada de Francia entre Hitler y Stalin, el 10 de mayo de 1940 la Wehrmacht pasó al ataque. Todo se jugó en ocho días. Los alemanes entraron a Bélgica para atraer a las fuerzas francesas e inglesas y encerrarlas en una trampa exitosa, mientras que la verdadera ofensiva la daban en la accidentada zona de las Ardenas que el Estado Mayor francés había declarado infranqueable para el ejército alemán. A primera hora del fatídico día 10, dos ejércitos franceses, contando con 18 divisiones, recibieron el choque de 59 divisiones alemanes, de las cuales 10 eran blindadas. El choque fue devastador, en pocas horas se desintegraron los ejércitos franceses. Rommel, a la vanguardia de sus tanques, cruzó el gran río –imposible de atravesar según los especialistas franceses– mientras que Guderian, al mismo momento, llegaba a Sedan, sitio de la derrota y captura de Napoleón III en 1870. El 17 de mayo, la Panzerdivision cruzaba el río Oise y Francia estaba perdida.

Rommel cuenta en sus memorias (La Guerra sin odio): “Iba a toda velocidad en mi tanque, a 65 km/h. levantando una enorme nube de polvo. Mirando hacia el oriente, desde la loma, mientras venía la noche, contemplaba hasta el horizonte innumerables columnas, signo alentador que mi séptima división blindada se encontraba ya en territorio conquistado. En el trueno ensordecedor de nuestros motores, imposible saber si el enemigo disparaba (…) Entramos en el pueblo ya de noche, los habitantes despertaron en sobresalto, las tropas francesas acampaban al lado de la carretera y habían estacionado sus vehículos en medio del camino. Civiles y soldados, espantados, se tiraban al suelo y seguimos rodando a toda velocidad hacía nuestra meta, la ciudad de Avesnes; cuando entramos, toda la población estaba de pie, corriendo entre los carros y los cañones abandonados. Seguimos hacia el oeste, cientos y miles de soldados y oficiales se rendían tan pronto como nos presentamos. (…) La carretera estaba cubierta de vehículos abandonados; al lado, oficiales y soldados franceses en armas acampaban y nos miraban pasar con estupefacción, bajo el impacto producido por la visión de los tanques alemanes”.

Claude Simon, el gran escritor, era un joven suboficial de caballería, en el 31 Regimiento de Dragones. Dejó su testimonio en La Route des Flandres, historia de la retirada de las tropas francesas que se habían metido en la trampa de Bélgica y cayeron presas de los alemanes. ¡Dragones contra tanques! Como en Polonia, y eso que Francia tenía casi tantos tanques como Alemania, pero no supo usarlos, menos un coronel llamado Charles De Gaulle que ganó la única batalla de blindados de la temporada. Claud Simon cuenta, en una entrevista de 1990, que su marcha era surrealista: “la muerte podía tocarnos en cada instante, en medio de los campos, bosques, flores. El tiempo era espléndido (decimos: “el tiempo de Hitler” porque no había una sola nube para molestar a sus aviones que hacían todo lo que se les antojaba. Nuestra aviación había desaparecido el día 11 de mayo). Yo pensaba que estábamos sacrificados, mala pata. Era el sentimiento general, pero nadie lo manifestaba. No disparé un solo tiro, tampoco di un sablazo, con aquel inútil sable que nos habían cargado. ¿Disparar sobre qué? ¿Blindados? ¿Aviones que te llegan a 300 por hora? (…) A la salida de un bosque, nos agarraron los alemanes. Fue la peor humillación de mi vida. Recuerdo como estábamos sentados en el suelo, sucios, agotados, con nuestras barbas de ocho días, a lo largo del muro de una granja y que un joven oficial alemán, loco de orgullo, con sus guantes, impecable, lustroso, botas relucientes, nos echaba un discurso condescendiente, falsamente compasivo y lleno de superioridad, anunciándonos que en todas partes ellos habían roto el frente, que el ejército francés había dejado de existir y que si nos encontramos en esa situación, la culpa la tenían los ingleses y los judíos. Atroz”.

Mi padre tuvo la misma experiencia. Atrapado en los Vosgos, pudo pelear hasta el 19 de junio, caer herido y preso como Simon. A su memoria, a la de los cien mil soldados caídos en unos días, dedico esas líneas.


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