Beirut, 4 de agosto 2020, 18 h 07. Una tremenda explosión sacude el puerto de la ciudad, seguida inmediatamente por una segunda, más terrible aún. El cielo se incendia. Diana Mazlum, la escritora libanesa, recuerda: “Un ruido terrible, como cuando los aviones cruzan el muro del sonido. Luego un aironazo demasiado poderoso y todo reventó en el departamento, a dos kilómetros del puerto, todo explotó y se derrumbó alrededor de nosotros. Tuvimos suerte en nuestra desgracia porque pudieron haber muerto miles. Pero ese drama fue el tiro de gracia. Después de varios meses de manifestaciones populares para denunciar la corrupción del gobierno, la inflación galopante, esa tragedia, los muertos, los heridos, mutilados, traumatizados y la desesperanza”.

Casi en seguida el presidente Emmanuel Macron voló a Beirut para afirmar la solidaridad activa de Francia; y otra vez, el 1 de septiembre, para ofrecer una ayuda decisiva, siempre y cuando la clase política realizara las reformas indispensables, o se retirara. Bien informado, sabe que Diana Mazlum tiene razón cuando se enoja: “Tenemos un Estado criminal. Los jefes de partido son unos corruptos, culpables del estado lamentable y miserable del país. Para protegerse y guardar el poder por los siglos, se abrazan todos con la complicidad de los bancos y de los jueces. No veo cómo podría venir la solución desde adentro, de un pueblo rehén, agotado, desangrado y en peligro. Sin una intervención desde el exterior. Beirut se ha vuelto una ciudad del tercer mundo, capital mil veces golpeada, agonizante”.

Una intervención desde afuera. El presidente Macron ofreció el apoyo masivo, material y financiero de Francia y de Europa a cambio de la desaparición del sistema confesional (político-religioso) y clientelista que paraliza Líbano desde varias generaciones. Se coloca en la estela del general De Gaulle quién, como presidente declaró: “Mientras esté yo dirigiendo, nadie tocará la integridad de Líbano”. Conocía muy bien el país en su calidad de responsable en Beirut (1930 y 1931) del Estado Mayor de las tropas francesas en el Medio Oriente; en 1942, después de la primera victoria de las Fuerzas Francesas Libres contra el Afrikakorps de Rommel en Bir Hakeim (Libia), hizo una visita triunfal en Beirut. Escandalizado por la destrucción de toda la flota aérea civil libanesa por un comando israelí en diciembre de 1968, decretó un embargo total sobre las armas y las refacciones que Francia entregaba a Israel. De hecho, los problemas de Líbano empezaron solamente seis meses después del retiro del general, cuando Nasser impuso al presidente Helu el armamento de los palestinos en Líbano.

Macron volvió a Beirut el 1 de septiembre de 2020 para el centenario de la proclamación del “Gran Líbano”, bajo la egida de Francia. Una historia antigua que remonta a la Edad Media y que no termina. En 1860-1861, Napoleón III intervino de manera decisiva para parar las masacres de cristianos. Por cierto, uno o dos regimientos navegaron directamente de Beirut a Veracruz a la hora de la Intervención. Cuando se acabó el imperio otomano, extrañado por el presidente Erdogan, Francia recibió de la Sociedad de las Naciones un mandato sobre Siria y Líbano que duró hasta 1943. Es cuando se formó el sistema confesional actual, sistema comunitario que reserva la presidencia de la república a un cristiano maronita, la dirección del gobierno a un musulmán sunnita y la presidencia del congreso a un shiita. En aquel entonces, los cristianos eran mayoritarios. Dejaron de serlo y el sistema ha dejado de funcionar hace mucho, pero la clase política se aferra a él.

Hasta el momento, el ultimato del presidente francés no ha logrado derrotarla. Empuja hacia la creación del Estado que desea la juventud libanesa: no confesional, laico, sobre los principios de ciudadanía, igualdad de todos, equilibrio de poderes. ¿Se logrará?

Historiador.

Google News

TEMAS RELACIONADOS