Grecia festeja el bicentenario de su independencia, como México. Con todo y pandemia, las evocaciones se multiplican. Libros para adultos y niños se venden como pan caliente, un sinfín de espectáculos representan las batallas de griegos en trajes folklóricos contra turcos con turbantes, y por todos lados la bandera blanca y azul cuyas nueve barras horizontales recuerdan las nueve sílabas del grito revolucionario de 1821: Eleftheria i thanatos, La Libertad o la Muerte. Los festejos son mucho más intensos que en México, quizá, porque los griegos necesitan revivir una victoria pasada para sacar fuerza y soportar el presente (diez años de crisis económica permanente) y un porvenir inmediato de conflictos con la Turquía neo-otomana de Erdogan.

La violación repetida del espacio aéreo griego por los cazas turcos, del espacio marítimo por buques exploradores de hidrocarburos, escoltados por naves de la Armada turca, ha despertado el patriotismo de Grecia. Celebrar el inicio de una larga guerra de independencia (1821-1829) que logró sacudir el yugo otomano, tiene una dimensión psicológica que va más allá del simple nacionalismo. La presidente del Comité del Bicentenario, Gianna Angelopoulos, comenta: “Claro, si uno toma distancia, la crisis económica actual no es la primera, el país fue a la quiebra varias veces desde 1821, y siempre se levantó. Hay que conservar la esperanza y aprovechar la ocasión para darla a las nuevas generaciones. A la hora de entrar en el tercer siglo de nuestra historia moderna, podemos, unidos en 2021, encarnar un mensaje tranquilo y sereno de nuestro patriotismo”. Del buen uso de la Historia…

Todo empezó en marzo de 1821. El levantamiento de un gobernador musulmán, Alí Pachá de Yánina, dio el ejemplo de la insurgencia. Un griego de Constantinopla, Alejandro Ypsilanti, tomó la iniciativa, rápidamente seguido en varias regiones y en las islas. En tres semanas, los insurgentes acumularon victorias, hasta tomar Tripolitza; hicieron lo que nuestros insurgentes en Guanajuato: masacraron a sus adversarios. Fue una guerra de exterminio que no perdonaba ni a mujeres y niños. La suerte de Grecia no dependía de los insurgentes, invencibles pero incapaces de vencer, sino de unas potencias europeas indecisas y divididas. Eso sí, la tenaz resistencia de los insurgentes les ganó la opinión pública europea, la que, finalmente, obligó los gobiernos a intervenir. La muerte de Lord Byron, en el sitio de Missolonghi, y los cuadros de Delacroix, los llamados de Chateaubriand, Hugo, Berlioz estimularon la simpatía activa por los griegos.

Poco a poco, los otomanos aplastaban a los “bandidos” y, en 1825, dos grandes ejércitos tomaron en pinza al Peloponesio y a la Grecia central: uno entró por tierra, al Norte, otro vino de Egipto por mar. El sitio de Missolonghi acabó en 1826 con la masacre de toda la población, Atenas fue bombardeada y tomada, mientras los últimos combatientes resistían en el Acrópolis. La Grecia reconquistada por los otomanos fue liberada, a la última hora, por los gobiernos de Londres, París y San Petersburgo. Querían solamente obligar al sultán a conceder una autonomía administrativa; mandaron sus armadas para alejar la de Egipto y nada más, pero la batalla naval de Navarin que ocurrió contra las instrucciones de los gobiernos, los obligó a la intervención activa. Un ejército ruso, otro francés y la armada inglesa convencieron al sultán de aceptar la creación de un reino griego independiente. Faltaba mucho para satisfacer a los griegos, porque el reino quedó limitado a las regiones todavía libres en 1825. La mayoría de los griegos quedaban bajo el dominio otomano. Nuestra independencia tampoco resolvió todas las aspiraciones de nuestros ancestros.

PS. Por un error de dedo en mi último artículo, se leyó que fueron “menos de mil” los muertos de la Comuna. En lugar de “menos de diez mil” (9,500). Perdón.

Historiador.