En la Francia de mi generación (1942), se cantaba a lo largo de las cuatro semanas del tiempo del Adviento el viejo cántico siguiente: Entre el buey y el burro gris/ duerme, duerme, duerme el chiquito/ Mil divinos ángeles/ Mil serafines vuelan alrededor/del gran dios de amor. Florence Delay, escritora de mi generación, en su hermoso libro No hay caballo en el camino de Damasco, observa que el único evangelio de la infancia que relata el nacimiento de Jesús, el de Lucas, no menciona a los dos animales. De la misma manera, ella había notado que, si bien todos los que pintaron a Saúl, el futuro Pablo, en el famoso “camino de Damasco”, lo representan cayendo de caballo, las Escrituras dicen que cae al suelo, pero no mencionan caballo alguno.
Lo que dice el evangelio es que César había ordenado efectuar un censo de toda la población del Imperio (que incluía a Palestina con todo y Gaza) y que, por lo tanto, el carpintero José y su esposa embarazada, la joven María, fueron a Belén, lugar que le tocaba a José. No encontraron posada por la cantidad de viajeros venidos por el censo, de modo que ella dio a luz en una cueva y acostó al niño en la paja del pesebre.
El buey y el burro (¿gris?) se dejan ver desde los primeros siglos del cristianismo, sobre bajorrelieves de sarcófagos como los que uno puede admirar en Aliscamps (Campos Eliseos), en Arles, o en la catedral Santa Ana en Apt de Provenza. Por cierto, recuerdo la hermosa figura de un Cristo sin barba, sin pelos largos, un Cristo griego. Las buenas bestias aparecen también en mosaicos y otros soportes artísticos. Entran de manera definitiva y espectacular en nuestra tradición popular cristiana con Francisco, el “poverello” de Asís, que imaginó el primer nacimiento vivo, en la gruta de Greccio, para celebrar la Navidad del año 1223. Así que, si el buey y el burro no nos acompañan desde hace 18 siglos, lo hacen desde hace 802 años.
El cronista cuenta que hombres, mujeres, niños encarnaron a la Sagrada Familia, a los pastores y a los ángeles; no faltaron ni el buey, ni el burro, bien vivos también. Francesco (“el francés”, por su madre venida de Provenza) que decía “mi hermano el lobo”, “mi hermana la luna”, “mi hermana la muerte”, seguramente saludó a los dos animales con un “mis hermanos buey y burro”. El Concilio de Trento, si bien pudo aceptar (no sé si lo hizo) que los animales compartiesen el pesebre con el pequeño Señor Nuestro, no soportó la idea que las bestias lo adorasen: prohibió los nacimientos animados y, más categóricamente aún, la presencia de aquellos dos cuadrúpedos. Los pintores oficiales se cuadraron, los otros no, porque sin el soplo tibio del buey y del burro, el niño se hubiera congelado. Me consta que las noches pueden ser, suelen ser muy frías en Palestina, tanto ayer como hoy.
“Invención colectiva” es lo único que puede decir, resignado, el científico, como siempre cuando no encuentra el documento, el dato duro. Y eso que lo ha intentado, jalando desde el fondo de la Biblia, en el libro de los profetas, unos versículos de Habacuc, o de Isaías, si no en la Biblia, será en uno de los evangelios apócrifos que tanto le gustaban a Carlos Montemayor: En medio de dos animales/ que él sea conocido/ en el tiempo que se acerca/ que él sea conocido. Un poco jalado de los pelos, pero, bueno. Nos quedaremos con la invención colectiva, como en el cuento popular mexicano que dice que la palabra mariachi viene de la francesa mariage (boda), porque eso gritaban los oficiales franceses de la intervención para pedir música. Falso, pero hermoso, más aún, poético.
El gran franco-uruguayo Jules Supervielle, señaló su admirador, el poeta franco-libanés Fouad el Etr, en su El Niño de alta mar, hizo dialogar a nuestros dos animales que no conocieron a la Sagrada Familia en la gruta de Belén, porque ya eran parte de la familia en Nazaret: la Virgen hizo todo el viaje, sentada en el burro. El poeta Paul Verlaine los tiene también presentes en sus versos y mis nietos en sus nacimientos de barro, otra “invención popular” justamente atribuida a Francisco de Asís. ¡Feliz Navidad!
Historiador en el CIDE

