Lo dijo en 1937 Paul Louis Landsberg quién huía del nazismo e iba a morir en un campo de concentración nazi después de luchar en la resistencia francesa; lo dijo en 1997 el gran Théodore Monod, famoso naturalista, el último explorador, lo dijo en 2017 y 2018 Jacques Testart, biólogo del INSERM (Instituto Nacional de la Salud e Investigación Médica).

Monod tenía 95 años y seguía trabajando cuando lo entrevistó Le Monde (18 de marzo de 1997); al periodista que le preguntaba si seguía escéptico sobre el hombre, ese homo que seguía muy poco sapiens, el sabio contestó: “Sí, se niega a “hominizarse”. Frente al alud de amenazas, debería hacerlo rápidamente. Si comete demasiadas tonterías, el hombre corre el riesgo de desaparecer. Pero, bueno, la naturaleza existía antes que el hombre y existirá después. Los animales no van a quejarse de la desaparición de sus verdugos. La única pregunta es cuál grupo zoológico los sustituirá. Tengo un candidato, los cefalópodos, calamares, pulpos… (…) Sigo esperando algo del hombre. Saber y esperar, conocimiento y esperanza son dos funciones diferentes. Por ejemplo, no sé nada del más allá. Pero tengo derecho a esperar que hay algo en la otra ribera. Espero la muerte con intensa curiosidad. Pero no tengo prisa. Tengo aún trabajo por dos siglos”.

Jacques Testard, el padre científico de Amandine, el primer “bebé-probeta” francés, nacido en 1982, no se cansa de señalar los riesgos de eugenismo en la procreación medicalmente asistida. La palabra “eugenismo” fue inventada por el primo de Darwin, el antropólogo Francis Galton, para definir la “ciencia para mejorar las razas”. Testard considera que “el infanticidio, la gestión de los matrimonios o el aborto podrían pronto quedar como muy pobres medios para mejorar la calidad humana frente a la genética molecular, aliada a la informática y la biología celular”. (Le Monde Diplomatique, julio 2017, “Último paso hacia la selección humana”).

En ese camino se encuentran progresos considerables del conocimiento, progresos favorables a la terapia, pero también a la intervención sobre los animales y el hombre. Advierte el biólogo que “la enorme cuestión ética sigue ausente: ¿Cuáles consecuencias genéticas si uno logra fabricar gametos humanos en abundancia?” Más adelante, en su artículo, señala: “Se puede pensar que tan pronto como exista una metodología eficiente, sin dolor y segura para escoger un niño entre todos los niños posibles, la crecida de parejas rebasará los servicios bio-clínicos”. Señala todos los peligros de tal proceso de “normalidad fabricada” para seleccionar “lo mejor” del patrimonio biológico de la humanidad. “No se puede excluir derivas autoritarias en nombre del bien colectivo, mientras que el nivelamiento hacia arriba de los genomas podría llevar, en algunas generaciones, a alejarse del Homo Sapiens como lo desean los transhumanistas y al peligro de una reducción drástica de la diversidad”.

¡Tremendo potencial de modificación del hombre por el hombre! El aprendiz de brujo quiere procrear niños de “mejor calidad” en las probetas de los biogenéticos. Con el dinero de los transhumanistas de Silicon Valley, tipo Elon Musk, fundador de Neuralink y ahora peligroso dueño de Twitter. Los transhumanistas denuncian “la menor reproducción de las personas más inteligentes y la enorme facilidad en reproducirse de los menos dotados” (Laurent Alexandre, “Las mujeres dotadas tienen menos hijos”, L’Express, 31 enero 2018). Denuncian las políticas de solidaridad social como “profundamente antidarwinianas”. En los años 1980, el multibillonario Robert Graham quería congelar el esperma de los Premios Nobel. No cabe duda, el transhumanismo es una forma peligrosa de eugenismo, es el nuevo nombre, la máscara del eugenismo.

Por eso Jacques Testard defiende a Homo Sapiens, nos pone en guardia contra la deriva que nos lleva hacia “una humanidad de dos velocidades” y denuncia “las promesas suicidas de los transhumanistas”.

Historiador en el CIDE


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