Creo que el general De Gaulle decía: “Quiero mucho a Alemania, la quiero tanto que me gusta que haya más de una”, eso cuando existían la República Federal de Bonn y la República Democrática Alemana. Uno podría decir lo mismo a propósito de China, pensando en la enorme China continental de Pekín y en la isla de Taiwán, un tiempo llamada Formosa, que cuenta apenas con 24 millones de habitantes. En las Naciones Unidas hay una sola China, la de Pekín, y el presidente Xi-Jinping se ha fijado la meta de incorporar a Taiwán como una provincia más, la única que le falta después de la integración más que autoritaria de Hong Kong. El 1 de enero, el presidente chino reiteró: “La isla, no cabe duda, será reunida, el problema no debe transmitirse de generación en generación”. Es precisamente el no cumplimiento de respetar la práctica democrática de Hong Kong que fortalece el deseo de los habitantes de Taiwán –por cierto, no todos son chinos, hay una primera nación autóctona– de mantenerse fuera de la China continental. En 1994, sólo 17 por ciento se consideraban taiwanés, ahora el 69 por ciento.

Lo acaban de confirmar en las últimas elecciones presidenciales y legislativas del 13 de enero, a pesar de todas las presiones multiplicadas por Pekín, económicas, políticas y militares. El 12 de enero, un día antes del voto, cayó la última advertencia, después de muchas violaciones del espacio aéreo y marítimo de la isla: “El Ejército chino aplastará toda veleidad de independencia de Taiwán”. Tres partidos estaban en presencia, el Partido Demócrata Progresista en el poder, el Kuomintang, anteriormente en el poder más de cincuenta años, y un pequeño y reciente Partido Popular Taiwanés. El primero, independentista, tenía que evitar la palabra tabú de “independencia”; el segundo debía no aparecer como demasiado pro chino, y el tercero se concentró en temas sociales. En común, todos prometieron conservar el statu quo, algo que encuentra el consenso de la nación.

El PDP, orgulloso de la transición democrática que logró después del largo reino autoritario del Kuomintang, ganó la presidencia para Lai Ching-te, que era ya vicepresidente. Hijo de minero, médico, primer ministro, aseguró mantener el statu quo: “Taiwán es de hecho un país soberano, no es necesario declararlo”. El Kuomintang aseguraba que sólo él podía mantener la paz y que el PDP significaba la guerra. Lai Ching-te ganó con un poco más de 40 por ciento de los votos y sus adversarios reconocieron en seguida su victoria; sin embargo, su partido no tiene la mayoría en el congreso, de modo que el riesgo de parálisis del ejecutivo existe: PDP tiene 51 diputados, el Kuomintang 52 y el PPT tiene 8. Van a probar las delicias y los venenos de la democracia par lamentaria.

¿Qué hará Pekín? Su estrategia de intimidación no funcionó, pero, exasperado por la tercera victoria consecutiva del PDP, ejercerá una presión más fuerte que nunca, militar, económica, diplomática y seguirá batallando para aislar a Taiwán de la comunidad internacional. Lai Ching-te, ya electo, se comprometió a “proteger Taiwán de las amenazas e intimidaciones continuas de China” y prometió “mantener y desarrollar los intercambios y la cooperación con China”. Pekín contestó al funambulista que se “opondrá a las actividades separatistas”.

Si Donald Trump vuelve a la presidencia ¿habrá guerra en el Mar de China? En la reciente reunión entre Joe Biden y Xi- Jinping, parece que el contacto fue bueno y amortiguó las tensiones. ¿Con Trump? Todo es posible. China ha hecho y mantiene un gran esfuerzo de armamento naval, balístico y nuclear; sus vecinos, Japón, Vietnam y Filipinas no tienen duda en cuanto a la voluntad de Pekín de controlar el Mar de China. El gobierno británico, en voz de su secretario de la Defensa, advierte la necesidad de prepararse para una guerra en varios frentes de aquí a cinco años. Menciona a China, Rusia, Irán y Corea del Norte. “Terminó la posguerra fría, entramos en una etapa de preguerra:”

Post scriptum: las bombas mataron 26 mil personas en Gaza, 80 por ciento de las víctimas son mujeres y niños.

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