Coloso industrial, gigante comercial, campeón tecnológico, hiperpotencia marítima, socio económico y enemigo ideológico de las democracias occidentales, China ha pasado en los últimos doce meses de héroe a villano y, hace poco, de nuevo a héroe. Todo por el Covid-19 que apareció en su territorio, en una fecha indeterminada, a fines de 2019. Sería difícil negar la responsabilidad del Partido comunista chino, obviamente no en el nacimiento, pero sí en la primera dispersión de esa enfermedad tan contagiosa.

De origen animal, el virus pasó al hombre, probablemente en un mercado de la gran ciudad de Wuhan, vitrina del éxito chino. Podemos olvidarnos del lugar preciso y confirmar que a mucha gente le gusta comprar animales vivos, tanto domésticos como salvajes, los cuales esperan su destino, amontonados en jaulitas ideales para cualquier tipo de contagio. Paréntesis: en Francia, en los mercados, uno puede ver el mismo espectáculo, sin animales silvestres: gallinas, conejos, patos que ciertas personas quieren comprar vivos para degollarlos según sus usos y costumbres.

En noviembre 2002 China había enfrentado una epidemia de SARS (síndrome respiratorio agudo severo), debido a un coronavirus nacido en un mercado del mismo tipo. Sus científicos, buenos conocedores de las zoonosis (enfermedades infecciosas de los vertebrados trasmisibles al hombre), controlaron pronto la epidemia y, en los años siguientes, trabajaron para analizar esos coronavirus. Un equipo del laboratorio de virología de Wuhan, dirigido por la doctora Shi Zheng Li, “Lady Batwoman”, demostró que el SARS se debía a la transmisión de un virus, presente en ciertos murciélagos al hombre. En 2015 quedó terminado el laboratorio P4 de Wuhan, realización francesa.

Cuando los políticos se meten en asuntos de salud, el resultado puede ser desastroso. Es lo que pasó en Wuhan. Mentira de Estado, disimulación, tardanza inadmisible en dar a conocer la situación. Tres semanas de silencio, tres semanas perdidas en la lucha contra la pandemia. El 12 de enero de 2020, el Partido ordenó el cierre inmediato del laboratorio de salud pública de la universidad Fudan, en Shangahi, institución de vanguardia que, un día antes, había publicado la secuencia del Covid-19 sobre el sitio Virological.org. Un poder que se afirma infalible no acepta una verdad científica molesta: los primeros médicos que señalaron el peligro fueron amenazados, amordazados, incluso aislados, para no decir desaparecidos. La valiente periodista que hizo su trabajo recibió hace poco una condena a cuatro años de cárcel. Las autoridades inventaron el cuento de una importación del virus, en octubre de 2019, por los deportistas del ejército estadounidense, que participaron, en Wuhan, a los juegos militares mundiales; o que su origen está en alimentos congelados importados.

Esto dañó mucho el prestigio, el crédito internacional de China, algo dañado por la destrucción de la democracia en Hong Kong y la dura represión contra los uïgures del Sinkiang. No hay mal que dure cien años… Un año después del desastre inicial, China ha vuelto a ser admirable y envidiable. Por el manejo de la pandemia en su territorio, por la celeridad de sus científicos que han elaborado tres vacunas, por su estrategia en la producción masiva y comercialización de las mismas. El 9 de diciembre del año pasado, los ricos Emiratos Árabes, aliados de los Estados Unidos, homologaron la vacuna de Sinopharm, el 9 de febrero de 2021, la misión de la OMS descartó la hipótesis de que el coronavirus se hubiese creado en un laboratorio chino, por “extremadamente improbable”. En seguida nuestra Cofepris autorizó el uso de las vacunas Sinovac y Cansino… ¡Arriba China!

Historiador.

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