Con escuchar “las mañaneras”, sobre todo la de ayer, queda claro que para el presidente Andrés Manuel López Obrador la pandemia provocada por el coronavirus es cosa del pasado. O, por lo menos, es lo que quisiera: ya regresó a atacar a ‘adversarios’, a cuestionar a órganos autónomos, a lanzar una nueva campaña para que los mexicanos se “transformen” y coman sanamente, y a sus giras, ahora por el norte del país.

Pero todo esto sucede cuando llegamos, oficialmente, a más de 180 mil contagios, más de 22 mil muertos y con las respectivas curvas al alza. Además, los datos apuntan a que somos de los países con más casos positivos por pruebas realizadas. En cuanto a muertes, el domingo tuvimos nuestro segundo día más alto como país –con mil 44 defunciones– y también fuimos, de todo el mundo, la nación con mayor número de fallecidos en un solo día.

Así que, si bien el presidente López Obrador siempre ha hecho fuertes apuestas, de las que generalmente sale avante, en esta ocasión ha hecho, quizá, la más arriesgada políticamente hablando: confiar en que por sí misma la pandemia se controle.

Además, es una jugada cara pues está apostando con la vida de otras personas. De salirle mal, podría traerle consecuencias político-electorales, pero también legales. Y es que cómo entender que con todo el país en zona de riesgo máximo él decidió reiniciar la apertura y visitar el sureste de México.

Pero, además de la creciente numeralia de casos y defunciones por Covid-19, en Palacio Nacional están cerrando los ojos a muchas de las graves cosas que están pasando en el país: una violencia descontrolada que apunta para volver a romper el récord en homicidios en 2020; una pérdida de empleos sin plan de reactivación por el gobierno; una creciente polarización que tiene al país literalmente dividido en dos bandos; un gabinete cuyas decisiones son, en su mayoría, subóptimas o muy cuestionables y, finalmente, una creciente y articulada apuesta para denostar y amedrentar, vía redes sociales o con declaraciones de funcionarios, a medios de comunicación y comunicadores que no son del agrado oficial.

Todas las encuestas recientemente publicadas (Reforma, El Financiero y El Economista) dan cuenta de caídas en la aprobación Presidencial y de la gran división que hay en el país.

La apuesta del Presidente parece ser la de, con un aguerrido discurso, radicalizar y consolidar a su voto duro. Lo necesario para mantener el control de la Cámara de Diputados y de algunas gubernaturas en las elecciones del año entrante, así como para futuras elecciones y su revocación de mandato, en 2022.

Es un arriesgado juego, pues su discurso radicalizado y los ataques a instituciones públicas y a empresas difícilmente generarán las condiciones para que se recuperen los cientos de miles de empleos perdidos. Y, desde luego, sus obras públicas y sus programas asistenciales ni de cerca cubren en montos o en número de personas a la gente que ha perdido su trabajo.

Era consabido que varias de las políticas públicas de la 4T generarían un caos. Lo que no se sabía era lo rápido que éste llegaría, dado que el Covid-19 aceleró muchas cosas. La esperanza de muchos era que el Presidente, advertido del riesgo económico que venía, se corriera al centro para tener más márgenes. Eso, al parecer, no sucederá. Al contrario, se está radicalizando y yendo al extremo. Difícilmente buscará centro ahora que, a cambio de buscar ganar las elecciones en el 2021, ha elegido, tristemente, arriesgar vidas humanas.

Es, sin lugar a dudas, el mayor riesgo político, legal y hasta ético que el presidente López Obrador ha hecho en su larga y exitosa carrera. En una semana sabremos si le saldrá bien la apuesta, en caso de que los fallecimientos no se incrementen, o si, de lo contrario, tendrá que replantearse la ruta que ya ha iniciado.

Twitter: @JTejado

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