El comer tamales el 2 de febrero es una tradición muy arraigada en México. El Día de la Candelaria es, para muchos, la última “gran fiesta” antes de Semana Santa, y la que nos hace sentir que el año inicia de “forma oficial”.

El Día de la Candelaria debe su nombre a que, en la Biblia, el Niño Jesús fue llamado “luz para alumbrar las naciones” cuando fue presentado en el templo, 40 días después de su nacimiento. Por eso, cada 2 de febrero, millones de mexicanos acuden a las iglesias a bendecir sus imágenes del Niño Dios. También es común que miles de personas coman tamales este día.

¿Por qué se hace? Se dice que la persona que encuentra al muñeco de plástico en la Rosca de Reyes se convierte en el “padrino” del Niño Dios. Para los católicos, ser padrino de alguien es un gran honor, pues los padres confían en él para algo tan valioso como la formación en la fe de su hijo. Por eso, los tamales, un alimento tan mexicano, se ofrecen a familiares y amigos en agradecimiento por ese padrinazgo.

Muchos continúan la tradición de comer tamales más por costumbre que por conocimiento o genuina fe; sin embargo, al desestimar el origen religioso de esta fiesta nos estamos perdiendo una gran riqueza cultural. La mayoría de las fiestas populares mexicanas tienen una raíz profundamente católica. Las tradiciones que nos enorgullecen y forjan nuestra identidad mexicana son el resultado de un mestizaje y de un sincretismo religioso único en el mundo.

Una crítica común en estas fechas sugiere que los católicos vestimos muñecos de yeso, pero ignoramos a los pobres necesitados de vestido. En realidad, se nos enseña a practicar la caridad, a mirar a los más vulnerables con la misma ternura que miramos a un recién nacido, tal y como lo hizo Jesús.

Sin embargo, es cierto que no debemos permitir que las fiestas populares se limiten a expresiones superficiales. El sentido espiritual detrás de estas tradiciones debe atender a los valores que cimientan nuestra religión: fe, esperanza y caridad.

Apreciemos las expresiones populares de nuestra fe, respetémoslas y acompañémoslas. Y, sobre todo, quienes somos creyentes, no olvidemos el sentido de una fiesta: celebrar nuestra fe sólida y practicar la caridad con los más necesitados.

*Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada de México 
Contacto: javier@arquidiocesismexico.org

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