Un mensaje de WhatsApp de su párroco fue todo lo que necesitó la comunidad de la Parroquia del Sagrado Corazón para poner manos a la obra. En instantes, la feligresía llevó víveres y adaptó el salón parroquial para dar refugio a los afectados por el derrumbe ocurrido en el Cerro del Chiquihuite, en el Estado de México, que dejó una persona fallecida y decenas de personas sin hogar.

En pocas horas, los templos católicos cercanos a la zona del desastre natural se habían convertido en albergues, comedores comunitarios y hasta centros de operaciones para los elementos de Protección Civil y la Cruz Roja, que llevaban a cabo los rescates.

“Estamos muy atentos para acoger a los hermanos que vengan, independientemente de quienes lleguen, sean creyentes o no creyentes, queremos que aquí encuentren el rostro de Jesús:encuentren calidez, un trato humano y todo el respeto a su dignidad”, dijo el padre Juan Morales, de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen en La Presa, ubicada aproximadamente a un kilómetro y medio del accidente.

La respuesta ante el deslave en el Chiquihiute es solo un ejemplo de la amplia labor sociocaritativa de la Iglesia Católica. De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia, la caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Y la forma de ejercer la caridad es a través de las obras de misericordia, que son acciones mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales.

En el corazón del barrio de la Merced, por ejemplo, existe una parroquia que ha dedicado su labor a atender a los indigentes de la zona. El padre Benito Torres inició en 2015 un pequeño comedor comunitario que hoy atiende hasta a 500 personas al día y, en invierno, la Parroquia de la Soledad se convierte en un dormitorio para las personas en situación de calle.

Pero la labor de este sacerdote no busca solo saciar las necesidades corporales de estas personas. La parroquia organiza también retiros espirituales donde las personas que no tienen techo conocen más sobre el sentido de la vida, la dignidad de la persona y el perdón. Después del retiro, se ofrecen talleres dentro de la misma parroquia donde pueden aprender un oficio —como carpintería, jardinería o cocina— y encontrar un trabajo.

Bajo esta misma línea, existe otra asociación de la Iglesia dedicada a integrar a quienes viven en exclusión social: la Fundación Lázaro, que tiene poco menos de un año en funciones en la Ciudad de México. En Lázaro, se busca dar una nueva vida a expresidiarios y personas sin hogar.

Estos son solo algunos ejemplos, pero son miles las asociaciones y millones las personas que trabajan realizando obras sociales con gran discreción y poco reconocimiento de la opinión pública, pero no por ello carentes de fe para llegar a los más necesitados.

Por eso, la labor sociocaritativa debe ir en este sentido, darle de comer al hambriento y de beber al sediento, pero también consolar al que sufre, enseñar al que no sabe y dar un buen consejo al que lo necesita. La solidaridad y la caridad no son exclusivas de las emergencias.

En un momento en el que pareciera que somos presa de las malas noticias, urgen más de estos héroes discretos que pongan un granito de arena para construir una sociedad más justa, donde nadie quede excluido, héroes que no solo trabajen ante los desastres, sino que estén siempre al servicio de quienes más lo necesitan.

*Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada de México
Contacto: @Jlabastida

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