Hay palabras que, por sencillas, corremos el riesgo de gastar. “Gracias” es una de ellas. La pronunciamos a diario, a veces por cortesía, a veces por inercia, pero su peso espiritual es mucho mayor: dar gracias es reconocer que la vida no es solo un saldo a favor o en contra, sino un don recibido. Una reflexión que viene muy ad hoc con el fin de un año y la llegada de uno nuevo.

La historia de la palabra nos ayuda a recuperar su densidad. En español, “gracias” está emparentada con “gracia”, que el Diccionario de la Real Academia Española remite al latín gratia, que se relacionaba con el favor, la benevolencia, el don inmerecido: algo que se recibe y merece reconocimiento.

Pero aún hay más: la expresión “dar las gracias” conecta con la locución latina gratias agere, que literalmente significa “expresar gratitudes” o “dar gracias”. No se trata solo de “sentir bonito”, sino de una acción: agradecer es algo que se hace, se pronuncia y se encarna.

Eso explica por qué en español decimos “gracias” en plural: no como un exceso retórico, sino como una forma de reconocer que el bien recibido rara vez viene en una sola pieza. Llega en muchas formas: una persona, una oportunidad, una puerta abierta, una palabra a tiempo, y muchas más.

La fe cristiana no inventó la gratitud, pero sí le dio un foco: la Eucaristía. El numeral 1360 del Catecismo señala que “La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre… ‘Eucaristía’ significa, ante todo, acción de gracias.” Además, añade que la acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia, porque participa de la misma gratitud de Cristo.

En otras palabras: el cristiano aprende a decir “gracias” no solo porque “es lo correcto”, sino porque ha sido amado primero. Agradecer es confesar que la gracia existe, que no todo se compra, ni se controla, ni todo depende de mí.

San Pablo nos regala la oportunidad de encontrarle un sentido aún más profundo en esta frase: “Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes” (1 Tesalonicenses 5,18). No solo cuando las cosas salgan bien, sino “en toda ocasión”, incluso cuando no entendemos, incluso cuando nos duele.

¿Qué pasa cuando hay adversidad? Aquí está el punto más difícil, pues dar gracias no es negar el dolor; agradecer en medio de la adversidad no significa decir que “no pasó nada” o “todo estuvo bien”.

Significa, más bien, que no todo fue oscuridad, que no todo fue derrota, que no estamos solos, y que Dios no nos soltó. De esta manera, la gratitud nos permite reconocer el bien real que existió aun dentro de un año complejo.

Si somos portadores de gratitud, abonamos para un mundo mejor y transmitimos esperanza. Dar gracias es reconocer que incluso en la fragilidad, Dios sigue siendo fiel; y que, aun con adversidad, hay bienes que salvar, nombres que agradecer, y una esperanza que, si se cuida y se alimenta, vuelve a encenderse. Gracias 2025 y gracias por la llegada de este 2026.

Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada de México

Contacto: @jlabastida

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