Hace once años, ante la pandemia de la influenza H1N1, la Iglesia en México se enfrentó a un complicado reto que puso a prueba su capacidad para atender una emergencia sanitaria.

La contingencia de 2009 dejó, sin embargo, varias enseñanzas que en esta nueva contingencia, ahora por el coronavirus Covid-19 , fueron rápidamente implementadas, como suspender el saludo del rito de la paz, dar la comunión en la mano y hacer la colecta de la limosna al final de la misa.

Esta semana hemos entrado prácticamente a una segunda fase de la emergencia, por lo que la Conferencia del Episcopado Mexicano recomendó medidas más estrictas. Lo que estamos viendo en este momento es una Iglesia más digital, que se esfuerza por acoplarse al lenguaje de las redes sociales, y que busca evangelizar y llevar consuelo a través de internet.

Son conocidos algunos esfuerzos individuales de impulsar a la Iglesia en los canales digitales, como los casos del Padre Sam y el padre José de Jesús Aguilar, en México; el obispo auxiliar de Los Ángeles, Robert Barron, o la nicaragüense Xiskya Valladares, conocida como la Monja Tuitera, pero hacen falta más voces creativas que sean cercanas a estos canales de comunicación, sobre todo en un momento como el que vivimos.

Otro tema fundamental será la estrategia que implemente cada una de las diócesis del país para obtener los recursos económicos que permitan su subsistencia, además de garantizar la continuidad de los apoyos que brindan las iglesias en sus comunidades, como entrega de despensa a adultos mayores, comedores comunitarios, dormitorios para personas en situación de calle, asistencia a migrantes, servicios de salud a bajo costo, talleres educativos, entre muchos más.

Los templos subsisten gracias a los donativos de los fieles. Es lógico que estos recursos se verán disminuidos ante la suspensión de misas en algunas diócesis y la reducción de la asistencia presencial a las celebraciones litúrgicas en aquellas donde no fueron suspendidas.

El desafío se complica si pensamos en la inercia negativa que generará esta contingencia a nivel económico. Entre más tiempo dure la crisis sanitaria, mayores serán las afectaciones en el bolsillo de los fieles, lo que repercutirá en los ingresos parroquiales. ¿ Qué hará la Iglesia Católica frente a esa dura realidad ?

Durante esta contingencia por el coronavirus, en Europa hemos visto diversos esfuerzos de la Iglesia por mantenerse cercana a sus fieles: desde ver caminar al Papa Francisco por las calles vacías de Roma y visitar al Cristo al que se le atribuye el fin de la peste en la Edad Media, hasta conocer la historia de un párroco de Monza-Brianza, al norte de Italia, que envió un mensaje por Telegram a sus fieles para que le enviaran una foto de su rostro y él las pudiera imprimir y pegar en las bancas de su templo, para así celebrar la Eucaristía en compañía, aunque sea virtual, de su comunidad.

Hoy, más que en otras ocasiones, los fieles necesitan consuelo y la cercanía de sus guías espirituales. La interrupción de las actividades cotidianas, la cancelación de proyectos por los que se había trabajado, la suspensión de eventos de entretenimiento, la incertidumbre por la crisis sanitaria y el encierro en sí mismo, son motivos que pueden afectar en el ánimo de las personas. Es aquí, en la debilidad que ocasiona una contingencia como esta, en donde la Iglesia debe hacerse presente para brindar un testimonio de esperanza, fortaleza, fraternidad y unidad.

La Iglesia tiene un papel relevante en esta crisis, y debe ocupar todos los medios de los que dispone para acompañar a sus fieles, pero también es una voz fuerte para poner el ejemplo en cuanto a estrategias de prevención de contagio y cultura cívica.

Y no se trata sólo de las decisiones de la jerarquía. De poco servirá cualquier tipo de medida preventiva, si no es acompañada de la madurez y responsabilidad de todos los ciudadanos.

Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada de México. 
javier@arquidiocesismexico.org

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