Tenemos un gobierno incompetente e indolente, encabezado por un ignorante presidente. Y no es ofensa, es diagnóstico y descripción puntual. En estos más de 15 meses que han transcurrido, la administración pública federal es un auténtico desastre. Están reprobados en crecimiento económico y generación de empleo; en el combate contra la criminalidad; en servicios de salud pública y, desde luego, rebasados por una crisis que combina los errores domésticos con la pandemia del coronavirus, y la caída de los precios internacionales del petróleo y de los mercados financieros a nivel global. Por si fuera poco, la prédica de su lucha contra la corrupción resultó ser pura baba de perico. Tres de cada cuatro compras gubernamentales se asignan por adjudicación directa y no por licitación pública. Y con tal de perpetuar sus programas clientelares, elevan a rango constitucional los apoyos en efectivo que regalan a buena parte de la población. De lo que se trata es de tener un voto duro y cautivo para la eternidad.

Prometieron un crecimiento económico del seis por ciento, luego del cuatro, después apostaron por un mínimo del dos para caer a ceros en 2019. Entonces vino la brillante tesis de que lo importante no es crecer sino distribuir mejor. Presume el presidente López Obrador que todas las mañanas, a las 6:00 am, se reúne su gabinete de seguridad para tratar no sé qué cosa pues las cifras oficiales nos dicen que, el año pasado, ha quedado marcado como el más violento de la historia moderna de México. Los feminicidios y, en general, la violencia de género contra la mujer han ido dramáticamente al alza, afectando, cada vez más, a niñas y adolescentes. Con todo orgullo fuimos testigos de dos días formidables para la lucha de las mujeres por su dignidad, respeto y equidad. En efecto, el domingo 8 marcharon y el lunes 9 de marzo se quedaron en casa. Sentimos el estruendo de su silencio y constatamos que son indispensables. La boba respuesta del presidente fue que una parte de ese movimiento no es otra cosa más que el “conservadurismo disfrazado de feminismo”. Y fue más allá. Afirmó que, después de estas históricas jornadas, no cambiaría su “estrategia” de atacar las causas de la violencia, en lugar de enfrentar, con toda la fuerza del Estado, a criminales y feminicidas.

El afán por repartir abrazos, como receta infalible ante todo mal, ya cayó en el terreno de lo ridículo. Así le respondió a una reportera que fue agredida, verbalmente, por un compañero “chayotero” de las conferencias mañaneras. Abrazos también, dijo, para enfrentar la pandemia del coronavirus. Nada nos va a pasar, afirmó el irresponsable mandatario. Y, para secundarlo, el zalamero subsecretario de salud, Hugo López Gatell, afirmó ufano que el presidente López Obrador “no es fuerza de contagio sino fuerza moral”. Más aún. Dijo que, en una de ésas, hasta sería mejor que de una vez se contagiara del Covid-19 el Ejecutivo Federal para que se cure pronto y adquiera inmunidad.

Y en ese contexto, el presidente mantiene sus giras, toma vuelos comerciales, abraza, besa y hasta muerde el rostro de menores de edad. No cancelaron el festival Vive Latino, arriesgando así a decenas de miles de personas. Ah y las clases se suspenderán, pero a partir del 20 de marzo. ¿Cuál es la prisa? Con toda razón, la sociedad, gobernadores, escuelas y universidades privadas ya rebasaron a este presidente y adoptaron sus propias decisiones para enfrentar la pandemia. Su liderazgo se desvanece. El país se le va de las manos.



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