Ayer, el panel independiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS) revelo que en México se habrían evitado, durante el año 2020, alrededor de 190 mil muertes, si el manejo de la pandemia por Covid-19, y de otras enfermedades que fueron ignoradas o despreciadas, hubiera sido mejor. Y es que, desde el primer momento, los señores López (me refiero al presidente López Obrador y al subsecretario López Gatell) actuaron de manera torpe e insensible. Todo está debidamente documentado. Lejos de haber convocado, como lo prevé la Ley General de Salud, al Consejo de Salubridad General, el Ejecutivo Federal prefirió confiarle toda la responsabilidad al citado subsecretario, quien ha actuado con ligereza, frivolidad, incompetencia e indolencia. Ah, eso sí, ha utilizado los espacios en medios de comunicación y en redes sociales para promover su imagen personal, actuar con excesivo protagonismo, conducirse con afán político y alejado del rigor científico. La realidad es que no sabemos cuántos contagios ni cuantos fallecimientos ha habido en el país, precisamente por el gran desorden de los López. Vamos, hasta la vacunación está siendo manejada con criterios arbitrarios, de manera centralizada, a cuentagotas y, en una actitud inhumana, vil, ruin (la jeringa vacía) y prejuiciosa con el personal médico del sector privado. Negarles la inoculación por trabajar en hospitales, centros de salud, consultorios o farmacias de particulares, es absolutamente discriminatorio e ingrato. Ese personal está expuesto al contagio del coronavirus como cualquier otra persona del sector salud. No extraña pues que nuestro país registre el mayor número de personal médico que ha fallecido a causa del Covid-19. Pero las fobias y prejuicios presidenciales respecto de la iniciativa privada, pesan más que las inversiones, el crecimiento económico, el empleo formal y, sin exagerar, más que la vida misma de los mexicanos. Un millón de micro, pequeñas y medianas empresas han tenido que cerrar sus puertas por una crisis económica provocada por la pésima gestión gubernamental, agravada por el terrible manejo de la pandemia. Mientras tanto, este miserable régimen prefiere destinar el presupuesto a caprichos presidenciales y programas clientelares. Es todo un círculo vicioso: crisis sanitaria agrava la crisis económica. Ésta provoca más pobreza y, por ende, más delincuencia. Asumir un cargo para el que no se está preparado también es corrupción. La negligencia criminal no debe quedar impune. Los responsables de esta gran tragedia nacional tendrán que rendir cuentas y asumir las consecuencias.

Abogado

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