Un gobierno se mide y califica por sus resultados, no por sus intenciones, no por la popularidad del mandatario. Queda claro que el de López Obrador es un simulacro de gobierno. Los saldos de su gestión, a más de un año de distancia, no son malos. ¡Son malísimos! No hay “otros datos” que alcancen para tapar la realidad. Sí, esa realidad que él no quiere o no puede ver a pesar de que provenga de cifras oficiales.

En efecto: el 2019 es ya, oficialmente, el año más violento de la historia moderna de México al registrarse 34 mil 579 homicidios dolosos. La espiral de violencia no se contiene y, peor aún, la delincuencia organizada se desenvuelve con soltura al saber de la ridícula “estrategia” de “abrazos y no balazos”. La capitulación de Culiacán marcará un antes y un después en la historia de un Estado fallido a manos de una punta de improvisados, incompetentes, indolentes y mentirosos. Y, frente al fracaso, nos piden un año más de gracia para rendir mejores cuentas.

En materia económica, cerramos el año con nulo crecimiento económico —si no es que negativo pues falta conocer el dato del último trimestre—. Apenas en campaña decía López Obrador: “Si no hay crecimiento no hay empleo; si no hay empleo no hay bienestar; si no hay bienestar no hay paz, no hay tranquilidad”. Luego vino su promesa de crecer al seis por ciento; luego, junto con el Consejo Coordinador Empresarial, ofreció un cuatro por ciento; más adelante, apostó a que, cuando menos, creceríamos al dos por ciento y, finalmente, ante el nulo crecimiento nos salió con la absurda tesis de que lo importante no es crecer sino distribuir. Algo así como “lo importante no es ganar sino competir”.

En materia de generación de empleos, estamos frente al peor desempeño desde la crisis global de 2009. En términos netos, en los primeros 13 meses de este gobierno, se perdieron 36 mil 484 puestos formales de trabajo. El programa “estrella” del régimen, “Jóvenes construyendo el futuro”, no ha servido para maldita la cosa, como lo anticipé. El único propósito que tiene ese programa “social” es mantener, con nuestros impuestos, a miles de jóvenes que, lejos de sumarse a las filas del trabajo productivo, formarán legiones de votantes para favorecer a Morena.

La desaparición del Seguro Popular, resultado de la ignorancia y capricho de quien se atiende en hospitales privados y cuyo primer nieto nació en Houston, ha traído como sustituto a un engendro llamado Instituto de Salud para el Bienestar que, como bien han expuesto Julio Frenk, Salomón Chertorivski (y otros que sí le entienden al asunto), “nace con múltiples defectos, sin reglas de operación, sin manuales, sin una planeación detallada de su implantación, sin una fase piloto de prueba y sin mayor presupuesto. Por tanto, hay muchos vacíos que generan incertidumbre y esto trastoca la operación diaria”.

Y, como dice el dicho: “para grandes males, grandes remedios”, el presidente tuvo la genial idea de rifar el avión presidencial TP-01 entre la población y con la intervención de la Lotería Nacional. Más allá de que la ley solo le permite a este organismo celebrar sorteos en efectivo y que es una institución en proceso de extinción, López Obrador distrae, sonríe socarrón, se disfraza de florero o frutero, mientras preparan una reforma de justicia penal retrógrada, que atenta contra las libertades y los derechos humanos.

Decía José Ingenieros: “Los políticos mediocres no viven de crear ideas positivas para su pueblo, sino que, sencillamente, viven de su imagen”. Es el caso.

Abogado. @JLozanoA

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