La consulta ciudadana del pasado domingo fue un fracaso. Peor aún: fue un fracaso anunciado y costoso (522 millones de pesos). Su diseño y resultado se inscribe en la lógica de este régimen, pomposamente autodenominado “cuarta transformación”.

En efecto, tenemos un gobierno que transita mirando por el espejo retrovisor, arrojando distractores en el camino y prometiendo un futuro luminoso.

Hablo del diseño de la consulta porque, siendo ésta un poderoso instrumento de democracia directa y participativa, desvió su letra y espíritu de abordar “temas de trascendencia nacional o regional”, al formular una pregunta ininteligible, tramposa, inútil, que solo sirvió para que, sus perversos promotores, la usarán, engañosamente, desviando su sentido hacia un supuesto enjuiciamiento de los expresidentes de la república.

La idea original, de la autoría del presidente López Obrador, no transitó por la Suprema Corte de Justicia de la Nación quien, en lugar de desecharla de plano, se dio a la tarea de redactar una nueva pregunta, muy distinta al planteamiento inicial, con tal de darle gusto al tirano que despacha (y duerme) en Palacio Nacional.

Pretendían que más de 37 millones de mexicanos salieran a las calles para votar si estaban de acuerdo en que se investigara y castigara hechos del pasado, como si la aplicación de la ley estuviese sujeta al capricho popular.

Pues con todo y propaganda falsa, ilegal, acarreos y urnas embarazadas, apenas acudió a las urnas menos del 8 por ciento del padrón electoral, siendo que la Constitución dispone que se requiere de un 40 por ciento de participación ciudadana para que la consulta tenga efectos vinculatorios.

Ya desde antes de la jornada dominical, dirigentes y militantes de esta secta llamada “Morena” anticipaban una baja participación y culpaban de ello, para variar, al Instituto Nacional Electoral (INE).

La cantaleta continuó a lo largo del día y las horas siguientes. Pero tanto López Obrador como Mario Delgado celebraron la consulta como si hubiera sido un triunfo arrollador. “Es la primera vez que se realiza un ejercicio similar en el país; fue copiosa la participación, y la gente quiere que se aplique la ley”.

Unos genios, pues. Por supuesto, siguen culpando al INE por no haber promovido suficientemente esta engañifa. Pero si alguien cumplió con lo que, por ley, le correspondía fue, precisamente, nuestro árbitro electoral.

Es evidente la intención del presidente y de Morena de debilitarlo para facilitar su perversa intromisión en próximos comicios. Con todo, la buena noticia es que el frenesí por López Obrador se desvanece. Y él lo sabe.

Abogado

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