La semana pasada se llevó a cabo en Sudáfrica la reunión cumbre de los llamados “BRICS”. Este término fue creado en 2001 por el entonces economista de Goldman Sachs, Jim O’Neill, en el contexto de una preocupación por mejorar la gobernanza global mediante una incorporación más justa a la toma de decisiones, de las economías emergentes más importantes, entre las que destacó a Brasil, China, India y Rusia. Estos cuatro países acordaron la formación de este grupo en 2009 (al que se uniría en 2011 Sudáfrica), como una vía para tener una injerencia mayor en las decisiones económicas globales que, como veremos más adelante, no les era posible a través del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).

Durante la cumbre, se invitó a formar parte de los BRICS a 6 países: Arabia Saudita, Argentina, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán. Adicionalmente, existe interés de muchos otros por unirse al grupo (más de 40 según los organizadores, entre los cuales 22 han solicitado formalmente su incorporación).

Además de la reforma del régimen de gobernanza global, existen otras motivaciones para integrarse al grupo, que varían de un país a otro. A manera de ejemplo, cabe señalar la importancia para China de unir fuerzas con otros países en un momento de fuertes tensiones con Estados Unidos. El caso de Rusia es aún más claro, tomando en cuenta su aislamiento de buena parte de la comunidad internacional. También existen intereses geopolíticos, el deseo de facilitar el acceso a materias primas, o bien la posibilidad de obtener financiamiento del Nuevo Banco de Desarrollo, creado por los BRICS para cumplir funciones similares a las del Banco Mundial, aunque a una escala mucho menor. Sin embargo, independientemente de los intereses particulares de cada país, el punto clave es en qué medida el grupo cumple con el objetivo de mejorar la gobernanza global.

En septiembre de 2022, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Antonio Guterres, hizo un llamado para una reforma urgente de lo que catalogó como “un sistema financiero global en quiebra moral”. Sin duda, los esquemas de gobierno de los principales organismos financieros internacionales son lamentables. Por ejemplo, en el caso del FMI, el poder de voto se define con base en las “cuotas” que aporta cada país, que a su vez deberían reflejar su peso en la economía mundial. La falta de apego a estos criterios, no obstante los profundos cambios que se han observado en el tamaño relativo de las distintas economías, se ha traducido en una clara subrepresentación de las naciones emergentes y en desarrollo en la toma de decisiones de la institución. El BM enfrenta una situación equivalente.

Y los problemas no acaban aquí. Además de contar con mayoría en el poder de voto, las economías avanzadas han decidido que al FMI siempre lo encabece un europeo y al BM un estadounidense, entre muchos otros cuestionamientos.

¿Nos proporcionan los BRICS una opción razonable? No lo creo. Para empezar, su membresía es muy limitada, lo que lo hace muy poco representativo. La expansión del grupo no solamente no resuelve el problema, sino que genera dudas sobre los criterios en los que se basa la selección de nuevos invitados. Además, las decisiones se toman por consenso. Si esto no cambia, se dificultará considerablemente la operatividad y la capacidad financiera del grupo. Si se ajusta, es de esperarse que China adquiera un poder excesivo, ya que el tamaño de su economía es mayor a la del resto del grupo en su conjunto. También es de destacar la acentuada disparidad de las posiciones de los BRICS en algunos temas. Baste mencionar al respecto los conflictos fronterizos entre China y la India.

En suma, más que una alternativa para mejorar la gobernanza global, los BRICS se pueden convertir en un medio para la atención de intereses particulares.

¿Es el Grupo de los 20 (G20), integrado por los principales países avanzados y emergentes una alternativa viable? Desafortunadamente no. Tampoco es suficientemente representativo y, aunque ha contribuido a la toma de decisiones importantes, no tiene poder formal de decisión.

Por tanto, la vía adecuada para fortalecer la gobernanza económica internacional es a través de la reforma de las instituciones que, con su membresía universal, su capacidad financiera y su experiencia, fueron creadas ex profeso con este fin: el FMI y el BM. Este año se presenta la oportunidad de moverse en esta dirección en el caso del primero, ya que está en curso la revisión de las cuotas del organismo, lo que permitiría cambios de fondo en su estructura de toma de decisiones.

De lograrse una distribución justa del poder de voto, se eliminarían o al menos se atenuarían los incentivos para la creación de grupos de gobernanza paralelos, como los BRICS, que en lugar de mejorar complican la conducción de la economía mundial. Aunque las autoridades estadounidenses han señalado que se requiere una reforma de fondo del FMI y el BM, no tengo muchas esperanzas.

De materializarse esta visión pesimista, lo que seguramente veremos es un fortalecimiento o proliferación de grupos como los BRICS o de iniciativas como la de China conocida como “La Franja y la Ruta” (Belt and Road), que ha dado lugar a problemas de sobreendeudamiento en muchos países en desarrollo. ¿El resultado? Más decisiones tomadas fuera del ámbito de los principales organismos financieros internacionales y un deterioro aun mayor del gobierno de la economía mundial. En ausencia de acciones decididas, los países avanzados serán los principales responsables de los costos que esto acarree.

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