El comportamiento reciente del tipo de cambio del peso ha sorprendido a propios y extraños. En lo que va de 2024, nuestra moneda ha mostrado una apreciación frente al dólar que ha ubicado la paridad en niveles similares a los observados en el segundo trimestre de 2015. Esto ha generado preocupación y malestar en algunos sectores, por las implicaciones adversas que puede propiciar.

Son muchos los factores que han determinado la reciente tendencia del peso. Sin embargo, en el margen, la variable que está teniendo más influencia es el diferencial de tasas de interés entre México y Estados Unidos. Con tasas de interés de corto plazo en México de alrededor de 11%, contra cifras equivalentes en Estados Unidos ligeramente por encima de 5%, la inversión en plazos cortos en pesos resulta muy atractiva, incluso si esto implica endeudarse en dólares o en otras monedas.

En los últimos días hemos visto con claridad la operación de este mecanismo. La publicación de las minutas del Banco de México a principios de abril, generó la percepción en los mercados de que la reducción de la tasa de interés de política monetaria en los próximos meses será más gradual de lo que se pensaba, dando lugar a una apreciación del peso. Pocos días más tarde, con cifras de inflación para marzo en Estados Unidos que superaron las expectativas, se fortaleció la idea de que la Reserva Federal de ese país será más cautelosa en la reducción de su tasa de referencia, lo que en conjunto con el acrecentamiento de tensiones en el Medio Oriente, presionó la cotización del peso frente al dólar en la dirección contraria.

Como lo muestra la experiencia reciente, hacer la labor de pitoniso para el comportamiento del peso puede implicar costos reputacionales elevados. Simplemente tómese en cuenta que en tanto que a principios de abril de 2023 la mediana de las proyecciones de los analistas encuestados por el Banco de México para finales de 2024 era de un tipo de cambio de 20.25 pesos por dólar, en la encuesta del mismo mes de este año la cifra equivalente es de 18.10 pesos por dólar.

Además del margen de error en las proyecciones, también es importante notar que los analistas anticipan una depreciación del peso respecto de los niveles actuales para el cierre de este año. ¿Es esto razonable? Para minimizar los posibles costos reputacionales, me limito a decir que tiene sentido tomar como escenario base para el segundo semestre de este año un debilitamiento de nuestra moneda. Aunque son varios los factores que llevan a esta conclusión, uno de los principales es la posibilidad de un estrechamiento del diferencial de tasas de interés entre las dos economías.

La expectativa en este momento es que la Reserva Federal bajará su tasa de referencia en 50 puntos base en lo que resta de 2024. En el caso del Banco de México, la más reciente mediana de las proyecciones de los analistas es de una disminución de 150 puntos base en la tasa de interés de política monetaria, con lo que el diferencial se reduciría en alrededor de 1 punto porcentual. Aunque no es posible saber si estas proyecciones se materializarán, creo que con la información disponible es razonable esperar un menor diferencial. Además, no pueden descartarse episodios de turbulencia que impacten el valor del peso, especialmente en vista de las elecciones presidenciales en México y Estados Unidos.

La posibilidad de una depreciación del peso en los próximos meses, no es necesariamente un consuelo para aquellos que están sufriendo con la fortaleza de nuestra moneda hoy. ¿Qué se puede hacer? Algunos han señalado que el efecto favorable de la apreciación del peso en la inflación abre el espacio para relajar de manera más agresiva la política monetaria.

Como es natural, el Banco de México ya ha evaluado esta posibilidad. Sus proyecciones de inflación incluyen un supuesto para el comportamiento del tipo de cambio. Pero, además, la gran mayoría de analistas no compra la idea señalada en el párrafo anterior, dado que sus expectativas de inflación se ubican por encima de las del Instituto Central.

El Banco de México cuenta con otros instrumentos para influir en el tipo de cambio, desde intervenciones directas en el mercado, hasta el uso de mecanismos para influir en la paridad que son compatibles con la flexibilidad del régimen cambiario. Estas opciones pueden ser útiles, pero tienen limitantes, ya que su uso tanto en montos como en tiempos es acotado, pueden ser costosas, y enfrentan el reto de influir en un mercado del peso que, según el Banco de Pagos Internacionales, en 2022 tenía un volumen global de operación diaria de alrededor de 114 mil millones de dólares.

Los tipos de cambio flexibles tienen etapas de comportamiento errático con costos que pueden ser elevados. Sin embargo, a mi juicio el punto central es que para muchos países, México incluido, los regímenes de esta naturaleza deben verse desde la perspectiva de Winston Churchill de la democracia: son la peor opción salvo por todas las demás. Para aquellos que lo duden, las crisis cambiarias en México durante las etapas de tipos de cambio fijos o semi fijos pueden servir como un punto de referencia útil.

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