También el miedo puede convertirse en un entretenimiento. Hay relatos antiguos que se crearon para producir miedo. El terror es una redundancia cinematográfica. Ciertos juegos mecánicos intentan asimismo explotarlo en las ferias, donde a veces existen “casas de los sustos”.

Un proverbio advierte que el miedo puede ser un amigo o un enemigo. Como lo adivinan los animales, importa un aviso que predispone para mantenerse en alerta y para la defensa. Dominarlo con templanza, se sabe, induce a la valentía; ignorarlo, a la temeridad.

Abundan historias que recrean en formas varias el destino de un héroe: su iniciación rigurosa, la forja de su coraje, el momento decisivo que lo justifica. Existe, sin embargo, otra épica: la del cobarde vencido por el miedo, que puede resultar muy peligroso, no siempre condenado a la fuga perpetua, que en ocasiones, como Schostakovisch, duerme vestido, permanentemente a la espera de su verdugo burocrático, que nunca llega...

El miedo también puede importar un arma atroz. Michel de Montaigne confesaba que “nada me horroriza más que el miedo y a nada debe temerse tanto como al miedo, de tal modo sobrepasa en consecuencias terribles a todos los demás accidentes”.

Hacia 2017, Roberto Calasso escribió en La actualidad innombrable que “el fundamento del terror es la idea de que sólo la matanza ofrece garantía de significado. Todo lo demás parece débil, incierto e inadecuado. A ese fundamento se agregan, después, las diversas motivaciones que reivindican el acto. Con ese fundamento se conecta, también, de una manera oscura, que implica una metafísica, el sacrificio cruento”.

Consideraba que “el terrorismo islámico es sacrificial: en su forma perfecta, la víctima es el terrorista. Aquellos que mueren en el atentado son el fruto benéfico del sacrificio del terrorista. El fruto del sacrificio era, en otros tiempos, invisible. La entera maquinaria ritual era concebida para establecer un contacto y una circulación entre lo visible y lo invisible. Ahora, en cambio, el fruto del sacrificio se ha vuelto visible, cuantificable, fotografiable”.

Sostenía que “el enemigo primordial del terrorismo islámico es el mundo secular, preferiblemente en sus formas comunitarias: turismo, espectáculo, oficinas, museos, hoteles, grandes almacenes, medios de transporte”.

Sin embargo, advierte que “desde los tiempos de Nacháyev sabemos que el terror puede discurrir por vías muy distintas. Por entonces fue llamado terror nihilista. Hoy se puede concebir una variante: terror secular. Debe entenderse como mero procedimiento, disponible, por eso mismo, para fundamentalismos de toda especie, que le darán un color específico para sus fines. Incluso para individuos aislados, que pueden de este modo desaogar sus obsesiones.

“La fuerza que mueve al terrorismo no es religiosa, política, económica ni reivindicativa. Es la casualidad”.

En tiempos en que Darwin y la ciencia parecen una superstición, diversas formas del terrorismo amenazan no siempre subrepticiamente, condenan y castigan también el silencio.