Y si el dinero fuese alquilado
¿Quién debe pagar ese alquiler?
¿El que tenga con qué el día del vencimiento. O quién no lo tenga?

Ezra Pound



Entre los personajes que habitan la cultura popular, la literatura, la pintura, el cinematógrafo, el del usurero no ha sido el menos enigmático ni el menor suscitador de odios y asesinatos. Se sabe que Shakespeare escenificó el engaño a uno de ellos, que Dostoievski refirió el fin criminal de una prestamista y Cuando los hijos se van, el film de Juan Bustillo Oro, cifra fatalmente el melodrama en un agiotista.

“A los mexicanos les gusta poner nombre a los diversos periodos de su historia”, ha escrito Barbara A. Tenenbaum; “Hablan comúnmente de ‘la Reforma’, de ‘la República Restaurada’ y del ‘Porfiriato’. En contraste, el intervalo que va desde la Independencia hasta la Reforma, unos 36 años, aún no tiene nombre. Tanto es así que hasta en los textos de historia general aparece descrito algunas veces con términos tan vagos como ‘los años difíciles’. Esos años, así pues, dejan confuso tanto al historiador como al ciudadano ordinario porque carecen de nombre y además de una caracterización precisa”.

Recuerda que “en los años transcurridos de 1821 a 1857, México soportó 53 gobiernos distintos, varios cientos de ministros, cuatro organizaciones políticas y constitucionales diferentes, tres invasiones de tres potencias extranjeras distintas, y la pérdida de aproximadamente una tercera parte del territorio de la nación”. Hay quienes aluden a algunos de esos años como la “época de Santa Anna”, pues fue Presidente de la República en 11 ocasiones distintas y dirigió los combates contra los tejanos, los franceses y los norteamericanos. Como lo revela el título de su libro, publicado en 1985 por el Fondo de Cultura Económica, México en la época de los agiotistas, 1821-1857, Barbara A. Tenenbaum considera que “dentro del conjunto de sombrías estadísticas que caracterizaron a la primera mitad del siglo XIX en México subyace una realidad más alentadora; a pesar de la inestabilidad, de la insolvencia y de las invasiones, México pudo sobrevivir y finalmente triunfó. Pero los que tuvieron la responsabilidad de esa supervivencia en el plano económico (…) no eran comandantes de tropas ni escritores de libros: ¡eran prestamistas!”

Después de la Independencia, refiere Tenenbaum, los dirigentes de la República decidieron solicitar préstamos a las casas bancarias de Gran Bretaña y cuando se reconocieron incapaces de obtener préstamos en el extranjero, recurrieron, como lo había hecho el gobierno de la Nueva España, a comerciantes adinerados y terratenientes que “veían en esos préstamos no sólo una manera de obtener favores del gobierno y asegurar su influencia en él, sino también como un gesto de patriotismo”.

A esos prestamistas se les llamaba “agiotistas” y “se dieron cuenta de que su bienestar dependía de que México se conservara a salvo de una anexión por los Estados Unidos. A partir de entonces comenzaron a manifestar una fuerte preocupación por conservar la soberanía mexicana, preocupación que la mayor parte de sus conciudadanos aún no compartía.”