En el atrio del antiguo templo de San Agustín, que no ha dejado de resguardar algo de la Biblioteca Nacional, en la esquina de República de Uruguay e Isabel la Católica, en lo que durante más de un siglo fue el Distrito Federal, hay una estatua centenaria rodeada de andamios desde hace un par de años. Se trata del monumento al Barón Alexander von Humboldt que vivió también en la calle República de Uruguay cuando se llamaba Juan Manuel. Originalmente, sostiene Jesús Monjaraz-Ruiz, estaba destinada al seminario de niñas de la ciudad y había sido ordenada por Benito Juárez en 1859, pero finalmente se inauguró como regalo del Kaiser Guillermo II al pueblo de México por las fiestas del centenario de la Independencia.

Una información telegráfica fechada el 14 de septiembre de 1910, reproducida por Monjaraz-Ruiz en Los primeros días de la Revolución. Testimonios periodísticos alemanes, refiere que “en ocasión del día alemán en las fiestas de la celebración del centenario mexicano, el día de ayer se llevó a cabo la inauguración de la estatua de Humboldt, contándose –entre otras– con la presencia del presidente de la República, los ministros de estado y el cuerpo diplomático. Con este motivo el embajador especial alemán, Bünz, pronunció un discurso en el cual hizo alusión a la hermandad de Alemania con México, la que es resultado de la labor del investigador y único ciudadano honorario del país, Alejandro de Humboldt. El presidente Díaz respondió con una alocución que más o menos contenía los mismos pensamientos, aunque expresados en una forma que para el gusto alemán resultó melosa. La parte musical fue ejecutada por las mejores orquestas de la ciudad, además, el coro masculino de la colonia alemana ofreció un concierto. La banda de música del barco escuela Freya tocó el Himno Nacional Mexicano. Después del descubrimiento de la estatua desfiló la tripulación de dicho barco, acto seguido tuvo lugar un banquete en la casa alemana. El presidente de la República hizo un brindis en honor del emperador Guillermo y de la colonia alemana; en él celebró al emperador como a la personificación de las cualidades alemanas”.

Hay nombres que parecen familiares, que acaso se conocen naturalmente, que no se recuerda cuándo se oyeron por primera vez, que se ignoran las razones por las que se sabe de ellos; uno de esos nombres puede ser el del Barón Alexander von Humboldt, que nació en Berlín el 14 de septiembre de 1769, hace 250 años.

Con frecuencia, se cree que por conocer innatamente esos nombres se sabe del devenir de los hechos que conforman su biografía hipotética. Esos nombres pueden importar asimismo una conjetura como Homero y Pitágoras, Shakespeare y Cervantes, Bach, Mozart y Beethoven, Sor Juana y Fray Servando Teresa de Mier, Silvestre Revueltas y Luis Barragán, la Güera Rodríguez y Chucho el Roto.

“Lo que dijo Humboldt”, sostiene don Luis González en “Humboldt y la Revolución de Independencia”, “no es lo que se dice que dijo. La leyenda le achaca frases sobre la capital (México ciudad de los palacios) y sobre toda la patria (México, país de la eterna primavera). Humboldt no se hizo una buena idea del México que vio, pero sí del que previó. No se entusiasmó con lo hecho; sí con las potencias dormidas o dilapidadas”.

El viaje de Alexander von Humboldt a América, no prescindió de propaganda. Hanno Beck considera que “en la forma en que lo hacía Humboldt, ningún explorador había pensado hasta entonces en la publicity de su empresa” y Brigida von Mentz refiere que “uno de los principales periódicos políticos de Alemania, Allgemeine Zeitung de Cotta, seguía con interés su viaje y publicaba cualquier noticia que se tuviera de él: se citan sus cartas a amigos científicos y a su hermano, el importante político prusiano; se siguen con interés sus viajes, inclusive después de su llegada a Europa. Es más, se informa sobre las grandes cantidades de dinero que se han ofrecido a Humboldt por su anhelado relato del viaje”.

Humboldt se había propuesto escribir una obra científica, por lo que no podía concluirla tan pronto como el público anhelaba. En 1810 se editó en París, en folio grande, Atlas pittoresque o Vues des Cordilleres et Monuments de peuples indigènes de l’Amerique y al año siguiente el Ensayo sobre el estado político del reino de la Nueva España.

Don Luis González afirma que, luego de la lucha entre los conservadores que encabezaba Iturbide y los reformistas de la Junta Nacional Instituyente, “con los renovadores triunfa Humboldt. Por lo menos desde 1820 había sido elevado a los altares de los revolucionarios”.

En 1822, a los 52 años, Alexander von Humboldt escribió: “Quiero salir de Europa y vivir bajo los trópicos, en la América española, en un lugar donde he dejado algún recuerdo y donde las instituciones se armonizan con mis anhelos... Tengo un gran proyecto de un gran establecimiento de ciencias en México para toda la América libre... Tengo la idea de acabar mis días de un modo más agradable y útil para la ciencia, en una parte del mundo donde soy extraordinariamente querido, y donde todo me da razones para esperar una existencia feliz”.

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