Como el olvido, los objetos pueden resultar delatadores. Los escritores y los lectores de novelas policiales acostumbran saberlo. En “Copia del original”, de Hylton Cleaver, uno de los cuentos elegidos por Borges y Bioy Casares para conformar su antología Los mejores cuentos policiales, por ejemplo, un cerillo importa el error que impide que un crimen termine por convertirse en imposible de descubrirse.

Como puede inferirse de su nombre, en la novela Fundbüro (Oficina de objetos perdidos), Siegfried Lenz comprendió que el universo también converge en una “oficina de objetos perdidos” de una estación de tren, que puede ser asimismo una oficina de hallazgos.

Entre maletas grandes y chicas, elegantes, deterioradas y viejas, algunas con parches de marcas publicitarias de hoteles famosos, estantes en los que reposan paraguas, libros, ropa olvidada o perdida, un hábito monacal, juguetes, bastones, pelotas, en una jaula, en el despacho del jefe, había un pájaro que también importaba un “objeto perdido”. Se encontró en un tren rápido procedente de Fulda, “venía directamente de la ciudad episcopal”, refería el jefe. “Como no pudimos deshacernos del pájaro en la subasta, me quedé con él; lo llamo Pío”.

Hay objetos perdidos que perduran en el recuerdo como un remordimiento, otros persisten como una obsesión, otros se olvidan.

Juan José Arreola refiere que el hombre que le vendió el “Mapa de los objetos perdidos” no tenía nada de extraño, parecía un poco enfermo tal vez. “Me abordó sencillamente, como esos vendedores que nos salen al paso en la calle. Pidió muy poco dinero por su mapa: quería deshacerse de él a toda costa. Cuando me ofreció una demostración acepté, curioso porque era domingo y no tenía qué hacer. Fuimos a un sitio cercano para buscar el triste objeto que tal vez él mismo había tirado allí, seguro de que nadie iba a reconocerlo: una peineta de celuloide, color de rosa, llena de menudas piedrecillas. La guardo todavía entre docenas de baratijas semejantes y le tengo especial cariño porque fue el primer eslabón de la cadena. Lamento que no le acompañen las cosas vendidas y las monedas desgastadas. Desde entonces vivo de los hallazgos deparados por el mapa”.

La historia de un objeto simple puede derivarse en historias que parecen infinitas. Desde la antigüedad no son pocos las tramas que se cifran en un anillo. Las conjeturas que asaltan al desconocido que ha hallado cualquier objeto perdido pueden resultar inquietantes como la de quien, no sin temor, conjetura acerca de quien puede hallar el objeto que ha perdido.

“A ejemplo de las grandes casas de remate, el Cielo y el Infierno contienen en sus galerías hacinamientos de objetos que no asombrarán a nadie, porque son los que habitualmente hay en las casas del mundo”, advierte Silvina Ocampo en “Informe del Cielo y del Infierno”. Revela asimismo que “cuando mueras, los demonios y los ángeles, que son parejamente ávidos, sabiendo que estás adormeciendo, un poco en este mundo y un poco en cualquier otro, llegarán disfrazados a tu lecho y, acariciando tu cabeza, te darán a elegir las cosas que preferiste a lo largo de tu vida”. De la elección de esas cosas depende el destino: “Si eliges más cosas del Infierno que del Cielo, irás tal vez al Cielo; de lo contrario, si eliges más cosas del Cielo que del Infierno, corres el riesgo de ir al Infierno, pues tu amor a las cosas celestiales denotará mera concupiscencia”.

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