Aunque puede cifrarse en ellos, el rastro de un escritor no siempre se halla en sus libros. Algunos, como el de Juan Rulfo, suele perderse en misterios, invenciones y difamaciones. Otros, como el de Joseph Roth, se confunde con biografías imaginarias. El de Roberto Calasso, que murió la noche del último miércoles de julio en Milán, parece poder inferirse de sus libros y bifurcarse en los de otros.

Sin explicaciones, sólo con una nota escueta en las últimas páginas que consigna la procedencia de los textos, en Los cuarenta y nueve escalones conjuntó prólogos que había escrito para ediciones de Adelphi, artículos periódicos, alguna nota para un programa de mano del Teatro Alla Scala. No por azar, en el principio es un escrito acerca de Ecce homo de Nietzsche y uno sobre Roberto Bazlen. No puede dejar de detenerse en los fundamentos de la botella de Coca-Cola, aunque sea para referirse a la muerte de Martin Heidegger, ni en “El terror de las fábulas”, que entrecruza, entre otros, a Musil, Platón y Homero. En ese libro proliferan escritores y tramas mitteleuropäisch, pero la curiosidad y el entendimiento de Calasso no dejaban de descubrir cauces que se derivan con naturalidad de sir Thomas Browne a jeroglíficos y mitologías diversas que se concatenan reveladoramente.

Su recreación de la mitología griega, en Las bodas de Cadmo y Harmonía, y de la védica, en Ka, arriesgan la tentación de un lector obsesivo por volver a contar historias que le fascinan, de conjeturar acerca de ellas, de sus formas y significaciones posibles, de sus transmigraciones, de las mutaciones y migraciones de lo sagrado.

Paralelamente, Calasso recreaba la historia de una manera personal, íntima, rememorándola conjeturalmente como en La ruina de Kasch o en La actualidad innombrable, atento al devenir de lo sagrado y lo profano.

La erudición de Calasso era un juego; procedía del placer natural de leer, de la curiosidad que induce a nimiedades, del paseante que se detiene de pronto en una esquina inadvertida. Creía en “ese exultante vacío en el que sólo puede moverse el pensamiento”. El juego de la erudición y del pensamiento le parecía imposible sin el humor, sin complicidades, sin provocaciones e incitaciones subrepticias.

Ese juego que descubrió en la lectura también derivó en que se convirtiera en editor bajo el signo de Adelphi, la editorial creada por Roberto Bazlen y Luciano Foà que ha deparado una impronta heterogénea, ajena a los usos editoriales, en la que convergen invenciones varias que con frecuencia resultan descubrimientos cuyo centro es el lector.

El día en el que murió Roberto Calasso, dos libros suyos podían encontrarse por primera vez en algunas librerías italianas: Memè scianca y Bobi, remembranzas de su infancia en Florencia y de Roberto Bazlen. El último domingo de mayo había cumplido 80 años.

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