En la trama subrepticia de anticuarios y bibliófilos, el anonimato es una virtud. En ella abundan personajes secretos, buscadores y traficantes de libros, cazadores de bibliotecas, libreros y coleccionistas que han adquirido una erudición insólita, conjurados por ejemplares que acaso sólo ellos reconocen y atesoran.

También los perpetradores de libelos saben del valor del anonimato. El género que practican, hecho de agudeza y escarnio, requiere mantenerse oculto. La vanidad del reconocimiento importa una traición.

En los años 80 del siglo pasado, luego de que circulara subrepticiamente un cuadernillo que se consideraba un “libelo”: Contra los franceses, se imprimió otro, también anónimo: Esa vedette sangrienta, que sólo pudieron leer lectores secretos, iniciados y azarosos que acaso infirieron que habían sido escritos por el mismo perpetrador, no sólo porque abundaba en la diatriba contra “la nefasta influencia que la cultura francesa ha ejercido en los países que le son vecinos, y especialmente en España”. Cuando Ediciones del Equilibrista editó Contra los franceses en México, esos lectores pudieron corroborar sus sospechas porque incluía, entre otros escritos, Esa vedette sangrienta y tres letras que podían convertirse en un indicio de la identidad del autor: M. A. S.

Ciertos lectores conjurados pudieron leer otros impresos a los que quien los había escrito y editado llamaba “libelos”, a pesar de que se trataran de evocaciones creativas de José Bergamín como Región luciente y La despedida, que pueden concatenarse con un relato: Pozoblanco o con una remembranza reveladora: En la tumba de mi hermano. Uno de ellos, Una tauromaquia a lo Wittgenstein, deparaba otra vez tres letras M. A. S. y otro rastro posible, el de la editorial Turner.

Hacia el año 2000, algunos de esos “libelos” conformaron dos libros: Región luciente, editado por Libros del Umbral con una ilustración de Vicente Rojo en la portada, e Imagen de la muerte y otros textos, editado por Aldus con ilustraciones de Sergio Hernández. Los dos libros revelaban el nombre del escritor que había permanecido oculto: Manuel Arroyo-Stephens, que años antes había publicado una novela en Ediciones del Equilibrista: Por tierra.

Manuel Arroyo-Stephens personificó formas varias de la literatura: fue un lector natural, un crítico implacable, cazador de libros antiguos, contrabandista de libros prohibidos, librero, editor creador de Turner, incitador de la Revista de Libros y de la Biblioteca Castro, y un escritor obsesivo que se dedicó a ir conformando esencialmente dos libros que se iban acrecentando y fusionando textos que ya había publicado: Imagen de la muerte y Pisando ceniza, publicado por Turner en 2015, en el que Región luciente se inscribe en una nueva composición.

En esos escritos, las evocaciones se suceden naturalmente y van revelando historias íntimas de personajes peculiares que conducen al descubrimiento de algo del mundo casi clandestino de los bibliófilos, una corrida de toros deviene el principio de la historia de un libro, el recuerdo de conversaciones derivan en retratos de escritores, de libreros, encuadernadores, iluminadores, toreros y subrepticiamente en el del que escribe: Manuel Arroyo-Stephens, que murió la noche del domingo 23 de agosto en El Escorial. En la puerta de la valla de su casa un letrero advierte: “Peligro: reses bravas”.

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