Cada historia parece hecha de fragmentos. De la antigüedad, como de la filosofía presocrática, como de los recuerdos, sólo quedan fragmentos que pueden sugerir conjeturas y acaso historias posibles o imaginarias. “El todo es un fragmento”, escribió Luis Alberto Ayala Blanco en 99,. “Lo anterior se colige de lo siguiente: en sí, el fragmento es un Todo, aunque jamás llegue a ser el Todo. Pero el Todo, en sí, es un fragmento, nunca el fragmento”.

Sergio Raúl Arroyo confiesa que entiende las fragmentaciones de la memoria, relativamente dispersas, “como la creación de una nueva unidad que se desprende de la impresión que deja en nosotros la transmisión filtrada de lo vivido, una sucesión de rupturas y reconstrucciones mediadas por el capricho, el azar o la voluntad, dejando en nosotros todo género de conocimientos, impresiones e imágenes indelebles”. Sergio Raúl Arroyo ha convertido esos vestigios íntimos en poemas, en un libro: Fragmentos como residencia, editado recientemente por El Tucán de Virginia.

En la presentación de ese volumen intonso en la Casa Universitaria del Libro de la UNAM, que dirige Guadalupe Alonso, el primer miércoles de marzo, refirió que había descubierto la poesía cuando era niño, cuando jugaba en una alberca de paja, a la que se tiraba en reiterados clavados en su casa, en lo que era el Distrito Federal. Entre clavado y clavado oía algo de lo que platicaban su abuela y su mamá; eran frases, palabras sueltas: “el amor” y luego de otro clavado en la alberca de paja: “es una tarde fría”. Esos fragmentos se se conviertieron en el principio de un poema que se convirtió en uno de los fragmentos que se conjuntan en su libro:

el amor —decía mi abuela contando la piedras de cristal bajo los ojos— es una tarde fría.

Cada uno de los poemas que conforman el libro tiene origen en una persona, que deriva en evocación de una evocación, en instantes imaginarios, en versos certeros, en ensueños:

cualquier ensueño proviene de un amasijo de fragmentos, escribió en “walter benjamin: cuaderno de port bou”.

No por azar una de las personas que animan el libro es Marcel Schwob, que en Vidas imaginarias convirtió las biografías de diversos personajes del pasado en una historia íntima. Sergio Raúl Arroyo no pretende intentar un retrato ni una recreación de existencias varias como Diane Arbus, Francis Bacon, Roland Barthes, Anne Carson, C. W. Ceram, Cioran, Francisco Hernández, Alfred Hitchcock, Edward Hopper, Buster Keaton, Levi-Strauss, Lezama Lima, Eduardo Matos, Paisa, Pascal Quignard, Francisco Toledo, Frank Zappa. Las incitaciones que le han producido la lectura, la visión de pintura, de fotografía, de films, algún encuentro, algo de su biografía; la evocación de esas lecturas y visiones acaso reiteradas, convertidas en poesía depara revelaciones del rastro de cada uno de ellos y de lo que le ha deparado a Sergio Raúl Arroyo.

No parece insólito que un etnólogo con doctorado en Antropología escriba sobre C. W. Ceram, sobre Roger Callois, sobre Levi-Strauss, sobre Eduardo Matos Moctezuma, aunque puede desconcertar que se haya arriesgado a hacerlo en la forma de la poesía, recreando su propio rastro; algo que ocurrió inexorablemente, de manera natural.

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