En el prólogo de un libro de Donald C. MacRae sobre Weber, Hugo Hiriart se encontró con unas palabras misteriosas: “Mi esposa, por razones que entiendo, me sugirió que dedicara este libro a la memoria de J. N. Hummel. Sin embargo, yo preferí no hacerlo”. En “El arte de la dedicatoria”, Hiriart ha advertido que, entre otras, hay dedicatorias conflictivas, comprometedoras, metafísicas, multitudinarias, excluyentes, vejatorias. Una dedicatoria puede asimismo cifrar un origen.

En “Aviso”, uno de los textos que conforman El grafógrafo, Salvador Elizondo inscribió una dedicatoria: “i. m. Julio Torri”. Se trata acaso de un tributo, de un juego literario, de la variación de “Circe”, el primer texto de Ensayos y poemas de Torri, que es también una variación de uno de los episodios más conocidos de un libro poco leído: Odisea de Homero, en la que Torri propone que Odiseo no se amarró al mástil cuando divisó la isla de las sirenas porque iba resuelto a perderse…

Conjeturo que, cuando tenía 15 años y, según lo escribió en su diario, pensaba en la posibilidad de un viaje a la Luna, Elizondo no había leído “La conquista de la Luna” de Torri. Sin embargo, los dos escritores experimentaron con las posibilidades literarias de las especulaciones de lo que puede cifrarse en la palabra “ciencia”.

Escrituras paralelas
Escrituras paralelas

Julio Torri sostenía que “después de los 25 años, debe sólo publicarse libros perfectos”. Su obra concisa abunda en precisiones acerca del escritor y la escritura. “A semejanza del minero”, escribió, “es el escritor: explota cada intuición como una cantera. A menudo dejará la dura faena pronto, pues la veta no es profunda. Otras veces dará con rico yacimiento del mejor metal, del oro más esmerado”. Advertía que hay obras “más numerosas siempre que las que vende el librero, las que se proyectaron y no se ejecutaron; las que nacieron en una noche de insomnio y murieron al día siguiente con el primer albor.

“El crítico de los ingenios estériles -ilustre profesión a fe mía- debe evocar estas mariposas negras del espíritu y representarnos su efímera existencia”.

En Camera lucida, Salvador Elizondo apunta que “existe una memoria paralela a la que registra los hechos de la realidad sensible que nos permite reconocer ciertas cosas como ya soñadas, es decir, una memoria de los sueños y que nos crea, como dice Torri, un pasado ajeno a nuestra experiencia o ya borrado de nuestra memoria”. Halló un género personal en el proyecto, en las especulaciones que no llegaban a realizarse.

Alfonso Reyes, entre otros, lamentaba que Julio Torri se desgastara “brincando de una escuelita a otra”. Muchas de esas “escuelitas” eran de esas que se conocían como “colegios de señoritas”. En El retrato de Zoe y otras mentiras, Elizondo escribió “De cómo dinamité el Colegio de Señoritas”.

Hacia las ocho de la noche del miércoles 29 de marzo de 2006, hace 15 años, Salvador Elizondo murió en su casa en Santa Catarina, Coyoacán.

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