“El lugar del poema es un lugar humano”, escribió Paul Celan en La poesía de Ossip Mandelstamm, “’lugar en el todo’, ciertamente, pero aquí, aquí abajo, en el tiempo. El poema permanece con todos sus horizontes, un fenómeno sublunario, terrestre, creador. Es la forma del lenguaje que se ha ido haciendo de un individuo”.

Celan consideraba asimismo que la relación entre el poema y el lector se cifraba en la palabra “encuentro”. Sin embargo, sostenía que “me encuentro en otro plano espacial y temporal que el del lector; sólo puede entenderme ‘distante’, no me puede asir, siempre agarra sólo los barrotes entre nosotros”.

Paul Anczel, que adoptó Celan como anagrama de su apellido, nació hace 100 años en Czernowitz, en Bucovina, una provincia del Imperio Austro Húngaro que había empezado a disgregarse hacía poco. Gregor von Rezzori, que nació en esa ciudad, la llamó Czernopol al recrearla en su novela Un armiño en Czernopol, pero se le conocía como La Pequeña Viena o Buko-Wien, Buco-Viena, en la que convergían la cultura alemana, la rumana, la ucraniana, la rutena. Una tercera parte de la población era, como Paul Celan, de origen judío.

El sábado 22 de octubre de 1960, cuando recibió el premio Büchner en Darmstadt, Paul Celan consideró que “quizá puede decirse que cada poema mantiene inscrito un ’20 de enero’”. Wolfgang Emmerich conjetura que en el auditorio muchos comprendieron que se refería al principio de Lenz de Georg Büchner. Pocos, acaso ninguno, comprendió que también aludía al 20 de enero de 1942, a la Conferencia de Wannsee, cuando los nazis planearon estratégicamente la muerte masiva de judíos. El 20 de enero es la fecha imposible de corroborar en la que su madre recibió un disparo en la nuca de un oficial de las SS en los campos de trabajo de Transistria, donde meses antes su padre había muerto de tifoidea.

La escritura de Paul Celan no es obvia ni recurre a convenciones al uso, importa, entre otras cosas, la creación de formas singulares y de un idioma personal, que no prescinde de las posibilidades que depara el alemán para ensayar palabras compuestas, del jasidismo, del misticismo cristiano, del paisaje de Bucovina, de la presencia y la ausencia de su madre, de la culpa, de la Shoah, del minucioso devenir de la existencia. “Nunca he escrito un renglón”, le escribió a su viejo amigo de Czernowitz Erich Einhorn, “que no haya tenido que ver con mi existencia -soy, lo ves, un realista a mi manera”.

Se trata de un poeta que no deja de seguir descubriéndose en sucesivas relecturas, que suele ser considerado como un poeta “críptico”. Sin embargo, en 1968, cuando se publicó una antología de sus poemas, le dijo a Arno a Reinfrank que era señalado como “cifrado”. Sin embargo, “cada palabra ha sido escrita en relación directa con la realidad. Pero no, no quieren y no quieren entenderlo”, y sugería: “¡Lean! Lean sin parar, el entendimiento llega por sí mismo”.

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