“El tren que lleva a la gloria”, escribió Julio Torri en “Otras lucubraciones”, uno de los textos rescatados por Serge I. Zaitzeff en El ladrón de ataúdes. “Franklin, Flaubert, en carro de tercera clase. Los siete sabios van sin boleto; como llegaron con tanta anticipación a ocupar asiento, nadie les discute el derecho. Los mártires, los santos, los héroes van en la 1ª clase. Casi todos son desconocidos. Los críticos cuidan de que cada pasajero vaya en el compartimento que le corresponde. Los iconoclastas quisieran echar a todos los pasajeros por la ventanilla. Los pobres mortales, los ojos cansados de horizontes tristes, nos detenemos a ver pasar el tren a lo lejos, en la tarde de domingo que es la vida. Preguntáis por alguno. Se quedó en la estación.”

Aunque era académico, los críticos, los historiadores, los hagiógrafos parece que no han podido descubrir en qué lugar del tren se halla el pasajero Julio Torri. Martín Luis Guzmán lo llamó “humorista impávido”, Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis, que lo eligieron para que conformara la antología oracular Poesía en movimiento, consideran que “el poema en prosa alcanza en Julio Torri el extremo de resolver, en unas cuantas proposiciones, series complicadas de supuestos, a veces de origen culto y en ocasiones tomados de fuentes populares. Por encima del sentimiento, ha preferido la emoción de la inteligencia, y contra la elocución farragosa se ha propuesto el juego de la síntesis”. Sostienen que su “parca producción resume el testimonio de ‘los escritores que no escriben’” y creen que “desde el rincón de su biblioteca, Torri ha procurado los asuntos que, en unas cuantas frases, tuercen el significado normal que estamos acostumbrados a otorgarles”.

Jaime García Terrés refiere que su gran amigo, Alfonso Reyes, le confió que “¡ese hombre no tiene perdón de los dioses! Pudo ser el fundador de la novela-ensayo en nuestra literatura, y ya lo ves brincando de una escuelita a otra, malgastando el precioso tiempo que reclamaría el consumar sus filigranas”.

Torri creía que “a semejanza del minero es el escritor: explora cada intuición como una cantera. A menudo dejará la dura faena pronto, pues la veta no es profunda. Otras veces dará con rico yacimiento del mejor metal, del oro más esmerado”.

Cuando Emmanuel Carballo le preguntó acerca del origen de su libro De fusilamientos, Torri confesó: “Cualquier idea, cualquier tema que se me ocurren, los apunto. De esta manera se llena uno de papeles. Aproveché algunos y apareció el libro. Si llego a publicar otro, usaré en él aquellos papeles que no tuve el valor de destruir”.

Julio Torri creó un género personal que, como la poesía, puede recrear cada palabra, asimismo está hecho del cuento y sucesivos aforismos, con el “carácter propio [que] procede del don de evocación que comparte con las cosas esbozadas y sin desarrollo”, que advertía en el ensayo corto. Con imaginación e ironía revela que el devenir cotidiano también puede resultar insólito. Su escritura es también la historia de ese género peculiar que no prescinde de las obras no escritas, “las que se proyectaron y no se ejecutaron, las que nacieron en una noche de insomnio y murieron al día siguiente con el primer albor”.

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