En las clases que Salvador Elizondo sostenía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en sus conferencias, en sus entrevistas, en sus conversaciones, en su escritura, la invocación de James Joyce parecía natural.
En “Invocación y evocación de la infancia”, uno de los textos que conforman Cuaderno de escritura, Elizondo confesaba que había pensado: “‘Proust y Joyce’ ¡Qué fácil sería la vida si en el proferimiento de esos dos nombres, que en cierto modo abarcan los límites extremos de nuestra literatura, pudiéramos encontrar la clave mediante la cual descifrar ese lenguaje y ese mundo misterioso que es la infancia”. Descubrió, sin embargo, que “en la historia de la literatura, no significaban sino un match, como un match de boxeo, del espíritu”.
Considera que en la evocación, como en la obra de Proust, “el tiempo pervierte las sensaciones en la memoria y les confiere un carácter que las hace válidas más como sensaciones actuales que como sensaciones derivadas de las sensaciones de entonces”. Sostiene que la invocación nos lleva a nuestro destino de nostálgicos “mediante el proferimiento de la palabra que –como en los encantamientos- encierra la clave del misterio”, que en Joyce, ‘“la reconquista feliz del pasado’ no es sino el proferimiento exhaustivo de fórmulas verbales”.
Elizondo recordaba que había leído Ulysses de Joyce hacia los 15 años y el 12 de febrero de 1955, cuando tenía 22 años, escribió en uno de sus cuadernos de diario: “Otra vez empecé a leer el Ulises, en Acapulco, sólo que esta vez en lugar de resultarme terriblemente difícil me ha resultado apasionante hasta la locura, amén de ameno”. Terminó de leerlo la noche del 21 de marzo, según lo añotó al día siguiente: “Es la más grande lección de literatura de muchos siglos para acá”.
Sus lecturas obsesivas de Joyce, que perduraron hasta la muerte, indujeron a Elizondo a traducir la primera página de Finnegans Wake, que se publicó el 20 de junio de 1962 en el primer número del hebdomadario S.Nob, que dirigía Elizondo, cuyo subdirector era Emilio García Riera y el “director artístico”, Juan García Ponce. “¿Vale la pena dedicar los mejores años de nuestra vida a leer la primera página de Finnegans Wake de Joyce?” puede leerse en el sumario. “Gracias a una traducción y a las notas de SALVADOR ELIZONDO, se aclara definitivamente el problema”.
En el “Prólogo a posteriori” de Teoría del infierno, editado por primera vez por El Colegio Nacional y Ediciones del Equilibrista en 1992, confesó que “pensaba entonces de la ‘traducción’ de Finnegans Wake”, reproducida en ese volumen, “que era posible; hoy pienso que es innecesaria”.
Salvador Elizondo no se propuso ser un exégeta de Joyce; sólo se convirtió naturalmente en su lector fiel y algo de la fascinación que le producía esa lectura perpetua derivó en anotaciones en sus cuadernos de diario, en textos varios, en artículos periódicos, en uno de los cuales, impreso en Contextos, escribió que con Ulysses “se cierra el gran ciclo homérico de la literatura de la objetividad y comienza, gracias también a la obra de Joyce, una nueva época que él mismo inauguró con su Finnegans Wake: la de la subjetividad del lenguaje; lenguaje que situado en el centro de la escritura se ha convertido ya en el tema y en el personaje más importante de la nueva literatura”.





