“In Mexico it is necessary to have a legend to do anything”, le escribió Julio Torri a Pedro Henríquez Ureña en febrero de 1917 en una de las cartas recientemente reveladas por Adolfo Castañón. “We are a romantic people unfortunately. Isn’t that?”

Quizá sin adivinarlo, ese bibliófilo natural que era Julio Torri, que parecía dedicar sus días a la literatura, que imaginaba libros que no requerían escribirse, ha propiciado algo semejante a una leyenda.

Muchos años antes, decenios antes de que abundaran en el Distrito Federal ciclistas que se creen cosmopolitas por andar en bicicleta, además de los repartidores del mercado de San Cosme, Julio Torri era de los pocos, acaso el único que andaba en bicicleta en la colonia San Rafael. Se dice que no sólo en bicicleta buscaba amores efímeros, muchachas que en el crepúsculo iban al pan, “líos con feas complacientes”, como se lo confesó a Alfonso Reyes en octubre de 1923.

Todavía se murmura que entre las ediciones más admirables de su biblioteca se hallaban libros raros de erotismo encuadernados con el vestido de novia de su madre.

Quizá Torri era menos conocido como escritor que como maestro de literatura española. Impartía sus clases en la Escuela Nacional Preparatoria, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en colegios de señoritas y tenía fama de ser un profesor muy aburrido, de que sus clases resultaban infinitamente tediosas. Jaime García Terrés, que lo veía sobre todo en la antigua Facultad de Filosofía y Letras, en Mascarones, intrigado por “su facha de gnomo desconcertado, en tal contraste con su fama de insólito sabio”, reconocía que “verdad es que no resultaba fácil mantener cualquier tipo de interés —no digamos ya el interés que su leyenda inspiraba— durante las lecciones impartidas en el aula por el Torri de carne y hueso. Su voz era un monótono susurro interrumpido de trecho en trecho por baladíes referencias que su mano escribía en el pizarrón, y nada de lo que proponía despertaba a sus auditores del sueño protector que empezaba a invadirnos durante los primeros minutos de cada exposición”.

Esas clases de mala fama, sin embargo, se convirtieron en el origen de un libro peculiar que pudiera no parecer un libro de Julio Torri: La literatura española, un Breviario del Fondo de Cultura Económica que no ha dejado de editarse desde 1952. Incurre en un género comúnmente desdeñado: el manual de literatura, que Torri transforma en la recreación de un lector de la historia de poemas, cantos, juglares, obras de teatro, cuentos, novelas, crítica, folletines; de la transmigración de la palabra. El volumen no se reduce a una introducción o una guía, importa la evocación de esas lecturas, por lo que también sugiere una antología de ese lector que atreve asimismo comentarios casi íntimos que incitan a la lectura de muchos libros.

Julio Torri parecía conformarse de misterios consuetudinarios y el del lector compulsivo y sagaz dispuesto al asombro que puede descubrirse en este Breviario no es acaso el menor.

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