¿Quién es Omar García Harfuch y por qué López Obrador y Claudia Sheinbaum colocan a dicho personaje como precandidato a la jefatura de gobierno de la CDMX?

En 1985 y posterior al sismo que impactó a la Ciudad de México el 19 de septiembre de ese año, a fuerza de necesidad sus habitantes articulamos y ejecutamos la primera chispa de cambio en el sistema político mexicano: el PRI era prescindible, insuficiente, conspicuo.

Con amplias franjas de la población entre escombros, desazón, polvoso nerviosismo y persistencia por la vida, surgieron asambleas de vecinos damnificados, se hicieron visibles las clases populares, las cuales convirtieron a la coyuntura en un megáfono para intentar satisfacer las demandas más añejas.

En cuestión de horas el Distrito Federal parió a miles de voluntarios, quienes removieron y hurgaron bajo todo tipo de restos. Trabajadores, rescatistas, amas de casa, familiares, amigos, dejaron esfuerzo y entraña en las calles buscando los afectos. Para generaciones enteras de capitalinos y a lomos de una tragedia, nació la organización social.

Durante las recientes tres décadas las formas, tonos y maneras de los movimientos cuya génesis nos sitúa en 1985 crecieron, ocuparon más espacios y se relacionaron con otras expresiones que fueron delineando la vida pública de la capital:

La Asamblea de Barrios, el Movimiento Urbano Popular, el movimiento estudiantil del CEU, la corriente democrática encabezada por el ingeniero Cárdenas, la creación del IFE, la primera elección de jefe de gobierno en 1997, la resistencia contra el desafuero de López Obrador, el movimiento nacional en defensa del petróleo, el Yo soy 132, y múltiples organizaciones a nivel de colonia, barrios y pueblos originarios.

En septiembre de 2014 y durante las semanas siguientes, cientos de miles acompañamos la rabia y dolor de los padres de 43 jóvenes normalistas. Encontrar nuestro reflejo en los ojos vidriosos arañados por la injusticia, provocó que algunos en silencio, otros gritando consignas, los más atónitos, y llamando desde la compasión a esos seres humanos, pintáramos en la máxima plaza del país: “Fue el Estado".

Una puerta ardió, gritos, detonaciones, corredera y la misma respuesta: no aparecen.

Corroboramos que había una sumatoria de instituciones mudas, cómplices, lejanas, inconmovibles ante el dolor humano. Como si la represión, desaparición y silencio fuera escuela perpetua de quienes se supone viven para cuidar y servir a la población.

La noche de Iguala es una de las más grandes cicatrices como memoria histórica de un país en vías de serlo, una nación “a pesar de” y con atrofias sociales que crecen y se reproducen.

Por ello es que cobra relevancia la intención de Omar García Harfuch: contender por la candidatura a la jefatura de gobierno de nuestra ciudad, de nuestro DF.

Con una marca de agua familiar que reza represión, desaparición y tortura, producto de las funestas acciones de su abuelo, Marcelino García Barragán, y de su padre, Javier García Paniagua, sigue sin quedar claro el papel que Omar jugó en el contexto de 2014 cuando era funcionario de la Policía Federal en Guerrero.

En 2012, Marcelo Ebrard y Andrés Manuel López Obrador construyeron en tres semanas la candidatura de Miguel Mancera y en medio de un proceso interno donde las corrientes perredistas se dividieron entre el exprocurador y la entonces diputada local, Alejandra Barrales.

Sobra ahondar en las consecuencias de encumbrar al frente de la ciudad más importante de América Latina a un abogado todavía hoy en la antesala de intuir que la cultura política podría serle de utilidad alguna en la vida.

Es temprano para asumir que García Harfuch será el candidato de Morena en la capital, pero ante un proceso abierto surge una pregunta: ¿tanto confía el presidente en la fortuna de ostentar el respaldo del pueblo que obviará cómo los capitalinos hemos aprendido a prescindir de la hegemonía partidista?

Por los desaparecidos, por los torturados, por los perseguidos, por todas y todos los involucrados en la participación colectiva para mejorar nuestro nosotros, vale la pena pensarlo más de dos veces.

Sin ambages: el nieto de un general ligado a la represión del 68, el hijo de un padre en la misma línea de actuación, y el hombre cercano a una historia aún no esclarecida en Ayotzinapa, debería estar lejos del primer plano de una ciudad libertaria, ganada palmo a palmo por la movilización social y en contra de la ignominia e injusticia.

Consultor en El Instituto

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS