En el tercer informe de gobierno, el presidente Andrés Manuel López Obrador presumió que las remesas que envían a sus familias los mexicanos que trabajan en Estados Unidos alcanzaron el año pasado más de 40 mil 600 millones de dólares “y en este año estimamos (…) que superarán los 48 mil millones de dólares, es decir 18% más”.

Presumió los dineros que ganan y envían millones de mexicanas y mexicanos que radican más allá de la frontera norte, y que emigraron en busca de oportunidades e ingresos que aquí no tenían, y no tienen, o ya se habrían regresado.

En demasiadas ocasiones, la migración de esas personas se dio en circunstancias de riesgo para sus vidas. En el río Bravo y en el desierto muchas murieron en busca del sueño americano. Quienes llegaron a su destino, se esforzaron por encontrar un trabajo, sorteando al racismo, la discriminación y soportando muchas veces malos tratos.

Sobre todo, aún hay mexicanas y mexicanos al otro lado de la frontera con temor a ser deportados y que viven el día a día con esa amenaza. Son quienes envían los dineros que el presidente ha presumido como logro de su gobierno.

El gobierno de México, como es su obligación, pide y exige respeto y trato justo para nuestras paisanas y paisanos que están en Estados Unidos aportando su trabajo al desarrollo de esa nación, y generando riqueza.

Los presidentes norteamericanos han buscado votos otorgando beneficios migratorios, de salud y educación a las familias de los mexicanos que ahí radican, con la excepción de Donald Trump quien sostuvo un discurso de desprecio hacia México. Eso sí, el presidente Trump siempre fue gran amigo del presidente López Obrador, y viceversa.

Eso es lo que ha ocurrido en nuestra frontera Norte.

En la frontera Sur, las cosas son bien distintas con los migrantes, en su mayoría centroamericanos que también quieren vivir el sueño americano y para hacerlo deben atravesar el territorio de México.

Desde que inició su mandato, el presidente López Obrador se puso a las órdenes de la política migratoria de Estados Unidos. Aceptó que nuestro país se convirtiera en el muro contra el cual se estrellasen todos los que quisieran llegar a la nación norteña. La primera línea de defensa norteamericana.

Los resultados han sido desastrosamente inhumanos. Se han documentado numerosas violaciones a los derechos de los migrantes, tanto mayores como menores de edad y las muestras de violencia y de abusos abundan, por desgracia.

Las últimas imágenes de padres de familia migrantes, con sus hijos en brazos, siendo golpeados salvajemente por elementos de Migración y de la Guardia Nacional son el triste reflejo de las dispares políticas de migración del régimen federal.

Niñas y niños observaron cómo sus padres eran vejados y arrastrados por personas en uniformes con la bandera de México en el hombro. Niñas y niños que fueron subidos sin consideración a camionetas y deportados junto a sus papás, después de la golpiza. Una salvajada.

¿Es esta la política migratoria del mismo gobierno que en el Norte exige trato humanitario a nuestros connacionales? ¿Es el mismo gobierno que solidariamente accedió a acoger a periodistas afganos y sus familias?

La explicación la hallamos en las declaraciones del canciller Marcelo Ebrard a la prensa extranjera, que lo cuestionó por el maltrato a los centroamericanos en la Frontera Sur, tan distinto de la bienvenida a los refugiados afganos:

Para el gobierno mexicano, dijo, existe una diferencia “entre los migrantes económicos y las personas que buscan refugio y asilo”.

Y nuestras paisanas y paisanos migrantes en Estados Unidos, ¿qué son? Porque si se les aplicase la calificación del propio gobierno mexicano, definitivamente les iría muy mal. 

Coordinadora Nacional para el Empoderamiento Ciudadano, MC.

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