Ivette Estrada

Posverdad y silencio

Ivette Estrada
04/09/2025 |02:19
Ivette Estrada
Autor de OpiniónVer perfil

Oficialmente, el silencio crea contraste, rompe la monotonía, permite reflexionar y enfatizar ideas clave. También genera expectación. Pero en el gran teatro de la política, el silencio es tramoya: cambia realidades, transforma escenarios, permite giros bruscos en la narrativa y habilita guiones imprevistos.





Si la posverdad tradicional se nutre del exceso —datos falsos, emociones amplificadas, narrativas manipuladas— el silencio, esa ausencia calculada, es su versión más sofisticada. No se trata de mentir, sino de no decir.

La omisión se convierte en una forma de control narrativo más eficaz que la distorsión. En política, medios y relaciones públicas, el silencio puede ser más elocuente que cualquier comunicado.

Club El Universal

En la era de la saturación informativa, el silencio se vuelve un gesto performativo. Genera expectativa, ansiedad, especulación. También emerge como negación emocional: no valida, no responde, no reconoce.

El silencio puede ser impunidad, curaduría del olvido y narrativa de poder.

En el escenario político mexicano, Adán Augusto López aparece como un personaje que domina el arte del mutismo estratégico. No necesita desmentir, explicar ni confrontar: su silencio es escudo, declaración y pacto. Arropado por el poder, se desliza entre señalamientos de vínculos con bandas criminales como si fueran rumores en los entretelones, sin que una sola palabra mancille la coreografía en la que habita.

Su partido guarda silencio, no por ignorancia, sino por cálculo. Porque en la lógica del poder, callar es proteger… y conservar. El Coordinador parlamentario de MORENA en el Senado no se defiende, porque no lo necesita: el silencio colectivo lo absuelve antes de que se le acuse. Y así, en un país donde el ruido es constante, su mutismo se convierte en el mensaje más estruendoso. Pero ¿qué dice de nosotros que su silencio nos parezca normal?

En el teatro de espejos que habitamos, el silencio es presencia calculada. Narrativa simple donde el poder habla sin decir, y calla sin parecerlo.

En la política mexicana, el silencio adopta múltiples formas, cada una con su propia función narrativa: El evasivo, que esquiva la verdad con elegancia, el cómplice que no condena lo reprobable y con ello lo legitima. El táctico, que deja que el adversario se hunda solo, el performativo, que convierte la omisión en gesto, mensaje o espectáculo.

Y hay uno más, inusual, inadvertido: el escandaloso. El que irrumpe en la realidad y la convierte en circo, vodevil o ring. El que no teme mostrar las facetas del absurdo, rijosidad y mal gusto. El que a empellones “borra” los cuestionamientos de enriquecimiento ilícito. El maestro en este reprobable silencio como ruido es el Senador Gerardo Fernández Noroña.

Estos silencios no son errores ni descuidos: son máscaras que se colocan según lo marque el libreto. Y nosotros, ¿sabemos leer lo que no se dice?

En México, el silencio no es oquedad sino estructura. Se construye desde el poder, se reproduce en los medios, se normaliza en la ciudadanía. Sostiene narrativas oficiales, encubre lo inadmisible, convierte lo reprobable en rutina.

Pero también es espejo. Cada silencio institucional encuentra eco en nuestros silencios cotidianos: cuando no preguntamos, no exigimos, no incomodamos. El silencio no es inocente. Es un grito que cercena lógica, credo y convicciones. Lo que nos reduce y apaga. Lo que invisibiliza la decencia.

Y en este país que calla tanto… ¿quién se atreve a hablar cuando todos decidieron no hacerlo?

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más. >