Tras el escándalo por los vínculos de su exsecretario de Seguridad, Hernán Bermúdez, con el crimen organizado, Adán Augusto López optó por el clásico “no fui requerido, pero estoy a la orden”. Una frase que suena más a tráiler de película que a declaración política.
Su regreso fue en redes sociales, donde compartió gráficas que mostraban supuestas reducciones delictivas durante su mandato, porque nada grita más fuerte “soy inocente” que una tabla de Excel con colores patrióticos.
Entretanto, circuló una carta de renuncia que resultó ser falsa. Pero como toda buena telenovela política, el documento tenía frases como “la transformación no puede construirse con señalamientos” y “me retiro con la frente en alto”. Un guion digno de horario estelar.

Los videos virales lo muestran cuando Adán Augusto evita saludar al gobernador de Tabasco y esquiva, al mismo tiempo, las preguntas incómodas. En redes, algunos lo llaman “el verdugo de Chiapas”, mientras otros lo defienden como víctima de una campaña sucia. El resultado: un personaje que oscila entre el villano shakesperiano y el mártir digital.
Así, aparece como un emblema silente del nuevo giro de las fake news: los constructores de nuevas narrativas que reviven historias de conspiración, secretos, mucha emoción, simbolismos… y nada de verdad.
Las fake news se muestran como una industria sofisticada y rentable, que muestra el viraje de la desinformación burda convertida en microficciones virales. Es una veta poderosa y muy actual. García Harfuch es un ejemplo perfecto de cómo se construyen narrativas de heroicidad que apelan al imaginario colectivo, muchas veces sin que medie una verificación rigurosa.
Asi, los fake news ya no se trata solo de mentiras: son ecosistemas de contenido que incluyen bots, influencers, memes, videos cortos y hasta deepfakes.
En México, empresas de marketing digital ofrecen servicios de desinformación por millones de pesos mensuales. Crear una presencia en redes cuidadosamente curada para proyectar liderazgo, sensibilidad y valentía.
Entonces, las fake news ya no se presentan como notas periodísticas, sino como historietas, testimonios, videos conmovedores o posts aspiracionales.
Esta forma de comunicación se mimetiza con el contenido cotidiano, lo que la hace más difícil de detectar y más fácil de compartir.
¿Qué significa que un político sea percibido como “guapo, sensible y valiente”? ¿Qué papel juegan los clubes de fans, los retratos con mascotas, las frases épicas en redes?
¿Dónde termina la estrategia de comunicación y empieza la manipulación emocional?
¿Cómo se posicionan los medios frente a esta industria? ¿La reproducen, la confrontan o la ignoran?
¿Qué papel juegan las agencias de Relaciones Públicas en la creación de estos relatos? ¿Son cómplices, curadores o simplemente ejecutores?
Y mientras el periodismo busca hechos, las redes ya tienen héroes, villanos y finales felices. ¿Quién necesita verdad cuando hay producción?