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Guillermo Prieto. Foto: Twitter

Guillermo Prieto (1818-1897) es un personaje fascinante. No solo salvó la vida del presidente Juárez en Guadalajara con su célebre “los valientes no asesinan”, sino que formó parte de la generación liberal que legó a México la Constitución de 1857, consolidó su independencia e impuso un proyecto de nación que, aún maltrecho, persiste hasta nuestros días.

A lo largo de su carrera política ocupó varios puestos en la administración pública, como el de ministro de Hacienda, y un hermoso salón de Palacio Nacional da cuenta de la importancia de su trayectoria. ¿Cuál? El mañaneramente famoso lugar en el que el presidente Andrés Manuel López Obrador suele dirigirse a la prensa y hace muchos años era el espacio al que la gente acudía para pagabar sus impuestos.

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Salón Guillermo Prieto. Foto: viviendoamexico.com

Como si estos méritos fueran pocos, Guillermo Prieto brilló como poeta, cronista, periodista y ensayista. Sus textos han sobrevivido el paso del tiempo y nos muestran cómo era la vida cotidiana en México durante el Siglo XIX, enseñándonos que algunas cosas han cambiado poco en más de 150 años.

Por ejemplo, en 1849 escribió que durante el día de muertos, o difuntos, como se le conocía entonces: “La parroquia y el vasto cementerio es el lugar de reunión; apíñase la gente en remolino turbulento; el gentío se agrupa y se dispersa en busca de los sepulcros de los antepasados; encienden sobre el sepulcro las bujías, y ostentan sus ofrendas, que consisten en frutas, bizcochos, dulces, y a veces el refolicador aguardiente, que atiza el fuego lúgubre de los fieles”.

¿No encaja la estampa con lo que hasta antes de la pandemia sucedía en muchos de nuestros panteones, como en San Pedro Tláhuac y en de Mixquic?

A pesar de que algunas costumbres cambiaron poco desde la época de don Guillermo, los adelantos tecnológicos hacen que nuestra vida sea muy distinta a la de la generación de Fidel, pseudónimo utilizado por Prieto.

O, sin ir tan lejos, a la de nuestros mismos padres. Por ejemplo, los evangelistas o escribanos que durante los siglos XIX y XX esperaban bajo los portales de Santo Domingo para escribir cartas, oficios y solicitudes han desaparecido. El e-mail y los teléfonos inteligentes han vuelto obsoleto el correo tradicional, que ahora sobrevive gracias al envío de documentos bancarios y paquetería.

Además, internet ha fomentado la aparición de espacios informativos, redes sociales, blogs y aplicaciones de video que han puesto en crisis a la televisión y los periódicos tradicionales. Twitter democratizó el acceso a la información al convertir a cada persona en un reportero potencial y eliminó la brecha que separaba a los poderosos de los simples mortales. Muchos mexicanos, los más jóvenes sobre todo, se han olvidado de los medios tradicionales y pasan su tiempo libre en internet, donde contactan a sus amigos, escuchan canciones y juegan en línea contra varios oponentes, además de ver videos, programas y películas.

Esto no es algo nuevo, sino una realidad que desde hace varios años se ha hecho presente. Lo novedoso es que la pandemia ha dado un fuerte impulso a la educación a distancia y las aplicaciones de videoconferencia, permitiendo además intercambiar conocimientos con quienes se encuentran a miles de kilómetros de nosotros. Pese a surgir a causa de la situación de emergencia que atravesamos, es sin lugar a dudas una tendencia que debe mantenerse cuando superemos esta pandemia y podamos retomar muchas de las actividades que antes llevábamos a cabo de forma inconsciente y hoy, sorpresivamente, extrañamos.

Es cierto, existe en México una gran brecha entre quienes tienen acceso a las Tecnologías de Información y Comunicación (TICs) y quienes no, por lo que es obligación de este gobierno trabajar para reducirla y brindar al mayor número de personas la oportunidad de acceder a ellas. De no lograrlo, dada la importancia que ha cobrado el mundo digital, la 4T no podrá decir que cumplió su labor… aunque tenga otros datos.

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