No recuerdo cuándo fue la primera vez que abrí un libro ni cuál texto fue, pero le siguieron tantos que un día perdí la cuenta. Recuerdo los Cuentos de los hermanos Grimm, La Vuelta al mundo en 80 días y varios de Sherlock Holmes; además de uno que me regaló mi abuelo sobre Uri Geller, el hombre que afirmaba tener el poder de doblar cucharas sin siquiera tocarlas.

Con un papá y una mamá que trabajaban, mi hermano Yuri César y yo fuimos enviados a dos cursos de cerca de un mes que abarcaban todas las vacaciones, pero repetían varias actividades, como una obra de teatro... que en ambos casos fue Vaselina . Así que con el argumento de que yo ya había actuado, además de que era notorio que bailar no era una de mis fortalezas, logré ser liberado de mis tareas de actor de reparto y mientras todo mundo ensayaba solía sentarme bajo un árbol a leer El perro de los Baskerville , obra en la que Sherlock Holmes y el doctor Watson eran también los protagonistas. Recuerdo que los monitores me preguntaban si me sentía mal, pues se les hacía raro que no estuviera brincando.

No, no. Creo que no fui un ñoño o un nerd . Me divertí bastante, fui juguetón, latoso y bastante travieso; aunque también me acostumbré a sentarme durante horas a leer. Así que, salvo algunos “divorcios” ocasionales, crecí con un libro en la mano y muchas historias en la cabeza, ya que lo mismo galopé junto a Pancho Villa o Don Quijote, que observé la furia del monstruo del doctor Frankenstein o la forma en la que Vito Corleone se salvó de ser asesinado en El Padrino.

Esto es lo maravilloso de la lectura, que nos permite viajar al pasado y conocer –e incluso vivir– historias que de otra forma ignoraríamos. Leer despierta nuestra curiosidad, desarrolla nuestra imaginación, nos hace más creativos y mejora nuestra ortografía, entre otros beneficios, por lo que no es raro que muchos grandes escritores fueran primero buenos lectores.

No sé que opinan, pero es prioritario fomentar la lectura. Sobre todo porque de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía el promedio en la materia es de 3.7 libros al año y está disminuyendo el número de lectores –algo en verdad preocupante–, por lo que no es extraño que los candidatos no sean capaces de citar bien tres libros.

Adiós a un gran estudioso... y escritor, pero mejor ser humano.

Por otra parte, el 15 de octubre murió el doctor Alfredo López Austin, un hombre bueno y generoso de quien tuve la fortuna de ser alumno; además de uno de los mayores especialistas en el estudio del México prehispánico. Entre los libros que escribió se encuentra El conejo en la cara de la luna , obra en la que se ocupa de tradiciones que surgieron antes de la conquista y explican palabras y costumbres que mantenemos en nuestros globalizados días, como el decirle tarascos a los michoacanos, conocer de dónde salieron algunos nombres o dar mayor valor a la mano derecha que a la izquierda.

Leer estos mitos no solo puede constituir un homenaje a don Alfredo López Austin, quien mucho se lo merece, sino una forma interesante y amena de sumergirse en una actividad maravillosa que, por si el aspecto lúdico no fuera suficiente, nos ayudará en todas las facetas de nuestras vidas.

Las fiestas decembrinas nos dan el pretexto ideal para regalar un libro a quienes queremos. Eso hicieron mis padres y mi abuelo. Y no saben lo agradecido que les estoy por ello.

@IvanLópezGallo
 ivanlopezgallo@gmail.com

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