El hombre al que deberían ahorcar dos veces
El hombre al que deberían ahorcar dos veces

Leonardo Márquez. Imagen: Mediateca INAH

La historia de México está llena de filias y fobias, por lo que personajes como Benito Juárez, Porfirio Díaz y Francisco Villa cuentan por igual con admiradores y detractores; sin embargo, hay un hombre que no es recordado con simpatía y que incluso fue despreciado en vida tanto por sus enemigos como por la gran mayoría de los miembros de su partido, el conservador. Un hombre a quien Félix María Zuloaga –presidente conservador al inicio de la Guerra de Reforma–, se refirió con estas palabras: "Allí donde hay desolación y lágrimas, donde la barbarie se ha cebado en alguna víctima, por allí, sin duda, ha pasado”.

Este personaje respondía al piadoso nombre de Leonardo Teófilo Guadalupe Ignacio del Corazón de Jesús Márquez Araujo y era llamado el indomable por sus partidarios… aunque hubo quienes lo apodaron monstruo, desalmado, sabandija, bruto, bárbaro, ángel de la muerte, leopardo –haciendo juego con su nombre– y tigre de Tacubaya; apodos que para algunos de sus contemporáneos le quedaban muy bien por su sed de sangre.

Márquez fue un niño enfermizo que al crecer se interesó en la milicia, pues su padre era oficial. Según Verónica González Laporte, autora de Leonardo Márquez, el "Tigre de Tacubaya, era un hombre impuntual, irresponsable, tranza y descuidado con las armas que tenía a su cargo; aunque peleó valientemente contra la invasión estadounidense. Años después, en la Guerra de Reforma, peleó con los conservadores y escribió una historia siniestra en la que destacan varios acontecimientos:

El primero de ellos ocurrió el 11 de abril de 1859, cuando derrotó en Tacubaya a los liberales de Santos Degollado y el presidente conservador, Miguel Miramón, le ordenó fusilar a los jefes y oficiales enemigos que cayeron en sus manos… solo que Márquez mató también a los médicos y enfermeros que atendían a los heridos y hasta a algunas personas que nada tenían que ver con la lucha y pasaban por ahí. En total ejecutó a más de 50 personas, cuyos cuerpos quedaron desnudos y amontonados unos sobre otros, pues sus verdugos no tuvieron la decencia ni de cavar una tumba.

Otra de sus “hazañas” ocurrió el 3 de junio de 1861, cuando fusiló a Melchor Ocampo, uno de los políticos liberales más importantes de México, amigo cercano del presidente Benito Juárez y quien nunca empuñó las armas contra los reaccionarios, término con que también se llamaban a sí mismos los conservadores. Márquez negó siempre haber ordenado matarlo y atribuyó todo a una confusión, aunque los hechos parecen desmentir sus afirmaciones. Además, veinte días después de asesinar a Ocampo fusiló al general más joven del ejército juarista: Leandro Valle.

Derrotados los conservadores en la Guerra de Reforma, Márquez se unió a los invasores franceses, se postró ante Maximiliano y juró dar la vida por el emperador. Sin embargo, cuando su monarca fue cercado en Querétaro por las tropas republicanas de Mariano Escobedo, Márquez pidió permiso de ir a la Ciudad de México para buscar refuerzos… y jamás regresó.

Cayó Querétaro y Maximiliano fue apresado, juzgado y fusilado en el Cerro de las Campanas junto a sus generales Miguel Miramón y Tomás Mejía. Curiosamente, años atrás Mejía había hecho prisionero a Escobedo y Márquez le ordenó matarlo, pero Mejía no estuvo de acuerdo, por lo que Esperanza Toral escribió en su libro Desde el banquillo de los acusados. General Tomás Mejía, que leopardo le dijo enojado:

–Usted no fusiló a Escobedo, mañana él sí lo fusilará a usted.

Y al final se cumplió la profecía. Lo que sucedió fue que Márquez pagara sus crímenes, ya que tras la caída del imperio abandonó el país; pero regresó años después gracias al perdón de Porfirio Díaz. Sin embargo, las protestas en su contra, la presión de la prensa y algunas agresiones –dicen que el escritor Juan Antonio Mateos lo golpeó por asesinar a su hermano Manuel en Tacubaya– hicieron que abandonara México definitivamente. Murió en Cuba en julio de 1813, a los 93 años de edad.

Si sus contemporáneos hubieran decidido poner un epitafio sobre tu tumba, tal vez habría sido lo que sobre este sujeto escribió el escritor y periodista Roberto A. Esteva, ya que lo retrata de pies a cabeza: “Márquez ha sido doblemente traidor. Traidor a su patria y traidor a la causa imperialista. Si tuviera dos vidas, debería ser ahorcado dos veces: una por los republicanos, otra por los que reconocieron al archiduque como Emperador”.

Muchas gracias por su atención y hasta la próxima.

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@IvánLopezgallo

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