Este año que comienza, es una nueva oportunidad de observar nuestros sistemas de creencias.

Se nos ha hecho tan normal, ver las noticias sensacionalistas, con imágenes muy realistas de soldados, con armamentos muy sofisticados, apuntando a la cabeza de personas inocentes.

Familias enteras viajando a pie, de país en país, buscando un refugio donde poder recomenzar sus vidas.

Jóvenes, que han perdido sus vidas, en manos de los que consideraron, alguna vez, sus mejores amigos.

Y por ende, ya nos acostumbramos a opinar sin saber, sin tener conocimiento, ni pruebas.

Y esas palabras echadas al aire.

Tienen tantas y tantas consecuencias.

Puede llegar a afectar muchas vidas.

Y destinos.

Y lo peor del caso.

Es que nuestras palabras, son el reflejo de nuestro pensamiento.

Y, lo que pensamos de los demás, lo pensamos de nosotros mismos.

Luego no comprendemos:

¿Por qué no avanzamos?

¿Por qué vivimos en función de otros?

¿Por qué requerimos de la aprobación de un grupo?

Y por último y no menos importante.

¿Por qué criticar al que piensa diferente?

Mientras en la obscuridad y en el silencio:

Lo plagian.

Lo difaman.

Lo destruyen.

Si los grandes cambios existentes en el mundo, fueron resultado de los diferentes.

Esos rebeldes creativos, los que enfocan su visión en cómo resolver, en lugar de como tumbar.

Y se fomenta la lucha.

La guerra por la guerra.

En lugar de buscar:

La paz por la paz.

Y los murmullos.

Sólo sirven para alborotar.

Como en un Coliseo romano.

Sin embargo, el destino, que nunca se equivoca, nos presenta y nos confronta, con todas las decisiones, que hemos tomado, en el transcurso de nuestra vida.

Y entonces, en un instante.

Ocurren los grandes cambios.

Los que vienen a nuestra vida, de muchas formas, un accidente, un despido o una enfermedad.

Mientras tanto, existen esos cambios, que se presentan en silencio, sin hacer ruido, de forma calmada.

Serena y prudente.

Incluso inesperada.

Y modifican el rumbo de nuestra historia, mediante decisiones serenas, cabales y muy sensatas, que tomamos al observar nuestras vidas.

Al comprender al clan familiar, los patrones de pensamiento, heredados y aprendidos, nos impulsan a tomar nuevos caminos.

Y por lo tanto, nuevos comienzos.

De hecho, nos liberan.

Donde el corazón, nos orienta a las mejores elecciones, que en definitiva y a la fuerza, nos sacan de nuestra zona de confort.

Para iniciar, los grandes viajes de vida de los que ya no hay retorno.

Y es así, como surgen las grandes leyendas.

Walt Disney, Vincent Van Gogh, Coco Chanel, Charles Chaplin y Pablo Picasso, fueron leales a su esencia y cambiaron el rumbo de la historia.

Fueron los grandes revolucionarios.

Los grandes soñadores, jamás se limitaron por la piel, ni por el hambre, ni el frío o el qué dirán.

Ellos estaban convencidos, de su momento en la historia: El tiempo presente.

Y lo aprovecharon.

¿Cómo lo aprovecharon?

Creando.

No puedo imaginarme a Vincent Van Gogh cambiando su estilo, por un pedazo de pan.

Ni al gran visionario Walt Disney, dejándose vencer por una quiebra.

Mucho menos a Coco Chanel, siguiendo los estándares de la época. Jamás fue seguidora.

Es decir, fueron seres humanos, muy, muy humanos, con momentos difíciles.

Incluso con crisis.

Sin embargo, siguieron creando a pesar de esos tan terribles momentos, en que el dolor invadió sus vidas.

Ojalá y nos diéramos cuenta.

El amor es el mayor acto creativo.

Y da la visión de un kaleidoscopio.

En cada movimiento y giro crea una figura bellísima.

Nos invita a disfrutar.

Y es allí, donde se crean los mejores proyectos de vida.

¡Desde la paz!

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