La gran celebración judía de La Fiesta de las Luces, evoca la reinauguración del Segundo Templo de Jerusalén y la victoria de los macabeos, sobre el imperio seléucida.

Dando lugar, al gran milagro de Hanukkah, evento que nos recuerda, la eterna lucha del bien y del mal.

Y la forma en que el espíritu de Dios se manifiesta, en los momentos de mayor adversidad en nuestras vidas.

En aquel tiempo, la Menorah del Templo sólo tenía aceite de olivo suficiente, para mantenerse encendida durante un día.

Y el aceite, mantuvo encendida la llama de las velas, durante ocho días consecutivos.

En pleno siglo XXI, la comunidad judía, alrededor de todo el mundo, muestra con gran solemnidad la Januquía, encendida en las ventanas.

Dando a conocer la luz existente, en los corazones de las familias judías, recordando, que hace muchos, muchos años, ocurrió un gran milagro.

El milagro de las luces.

Es un espectáculo sumamente hermoso, el ver las ventanas, con la calidez de una bella luz, que ilumina desde el interior hacia el exterior.

Evocando, una gran nostalgia.

Desde lo más interno y desde el amor del ser humano, hacia la humanidad.

Mostrando la luz existente, en los hogares y en sus corazones.

Ojalá…

Y en estos tiempos de guerra.

Y después de un Holocausto.

Nos sirva, para comprender, las diferencias y buscar las similitudes entre los seres humanos.

Con un mundo lleno de diversidades.

Hoy más, que nunca, requerimos de la buena voluntad, para comprender, la victoria de la luz sobre la obscuridad.

Y buscar, en estos días sagrados, la esperanza, de contar con un motivo para cambiar y ser mejores.

Creo en el destino.

Y considero a las señales, que se manifiestan, a nuestro alrededor, que nos guían, hacia un mejor camino.

Y he tenido la oportunidad de observar, las acciones y la forma de ver la vida, de personas con diferentes creencias.

Y, lo común, es la forma en que se abren, ante una sonrisa.

Ojalá, que la nostalgia y el recuerdo de los milagros, que hemos vivido, a lo largo de nuestras vidas, nos lleven a ver las adversidades, como un desafío.

Y al vivir, las pruebas, busquemos ser luz.

Aún en las tinieblas.

El gran rey David y su hijo el rey Salomón, no fueron perfectos, sin embargo, pasaron a la historia, por sus grandes obras y sabiduría.

Puedo decir que, desde el reconocimiento, de nuestra imperfección, podemos dejar, grandes huellas de nuestro paso en este mundo.

Será nuestro legado.

Y busquemos, ese hilo que nos conecta, con los que nos rodean, es decir, las afinidades, para poder unirnos y lograr vivir en una mejor sociedad.

Con el entendimiento, de juzgar menos y comprender más, podremos aceptar y decir con serenidad:

Aquí se rompe la cadena.

Recordando, que el primer cambio, es el cambio personal.

Sin mirar atrás.

Viendo hacia adelante, sin limitaciones, hasta dónde podemos llegar.

Observando la luz de las velas y buscándola en el brillo de las estrellas, para convertirnos en su reflejo.

Y lograr, ese estado de ánimo, que sólo se logra en el mes de Diciembre, donde el invierno, nos invita a recordar el amor recibido.

Y saber, que no estamos solos.

La añoranza de nuestros ancestros, genera un ambiente, repleto de nobles sentimientos.

Y el fin de año, nos da la esperanza de empezar de nuevo.

Quitando las sombras del pasado y buscando la claridad en las decisiones.

Que nos llevaran a un mejor rumbo, con la experiencia, adquirida a través de los años.

No todo está perdido, aún queda mucho por hacer, todo es cuestión de empezar.

Todo inicio es un cimiento.

Y desde allí, se logrará el éxito.

Luz…

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